
“…Juan, me siento ahí y no me muevo hasta que me los hayas arreglado…”
Nada más entrar en el cuarto donde tenía su zapatería (no el último que ocupó, sino otro que era de alquiler), mi madre le dirigía esa sentencia con la cordialidad y el cariño que ambos se tenían (2). Juan, sentado en su silla baja detrás del banco de trabajo, dejaba lo que estaba haciendo y atendía a su parroquiana recién llegada para “recomponerle” el calzado en cuestión. La cosa no era de extremada urgencia, pero sí “corría prisa” dado que no andábamos sobrados de pares de zapatos. Las composturas iban desde las medias suelas, pilis o alguna que otra costura.
Nació Juan en Socuéllamos, de las segundas nupcias de León Cantero –tío abuelo mío- y de María López, ambos viudos y con hijos de sus anteriores matrimonios. En total sumaron seis vástagos, de los cuales sería, según me cuenta Ana (3), su padre el más querido por sus hermanos. Sin embargo, fue Rosa, la mayor de todos, la que ejerciera de “matriarca” teniendo una gran ascendencia con toda la familia extensa. Fue ella una mujer afable y de gran corazón. Recuerdo su casa como un gran centro de encuentro familiar.
Inquieto desde adolescente, si no antes, quizás fuese esa la causa que le acarreó la “limitación” que ya tuvo toda su vida. A pesar de ello fue un hombre guapo; esto me lo confirma su hija y un dibujo, realizado por su sobrina María Dolores, sacado a partir de una fotografía de su juventud. De la misma llama la atención su mirada aguda e inteligente. La “limitación” mencionada no fue otra que una “cojera” que se le produjo a los catorce años. Como he dicho, quizás jugando, quizás escudriñando se metió debajo de un tren parado; éste se puso en marcha y le afectó una pierna. Más tarde se sometió a una operación para intentar mejorar, pero “quedó peor”. A pesar de ello, aquel accidente no le menguó vitalidad, pues le echó siempre su personal coraje a la vida.
Coraje que, aun recibiendo la educación básica de la época, él la alimentó con conocimientos de solfeo y grandes dosis de autodidacta en facetas de lo más dispares. Lo mismo arreglaba un reloj, una escopeta, una radio, quizás el carricoche de bebé que usó Pedro, su hijo mayor, hasta la construcción de su casa atendiendo y entendiendo, él como “jefe de obras” y otros miembros de la familia, todos los oficios. Esas habilidades las hizo valer para sus principales aficiones, la caza, la pesca, incluso el ciclismo; llegó a acompañar a Alfonso Parra en alguna competición. Fue conocido y pionero de algunos grupos musicales, como rondallas, mayos, jotas…, siempre con su guitarra u otros instrumentos de cuerda. En suma, una persona muy capacitada para la música. Lo mismo se puede decir de otras aficiones más silenciosas y por ello menos conocidas; tal fue su interés por la Geografía e Historia de España. Tenía libros de estas materias en su lugar de trabajo y, entre zapato y bota, los leía y releía. Podríamos calificar a Juan como “mañoso”, aunque sus habilidades superaban el contenido de la palabra. Lo que veían sus ojos, sus manos hacían.
Como de aficiones no se puede vivir, Juan siempre fue ZAPATERO. La razón por la que se dedicó a esta labor, lo más probable, fuese la cojera. El oficio lo aprendió con el que luego fue su cuñado; y la zapatería el lugar donde mejor se encontraba. En ese espacio (todavía existe) se podía ver de todo, evidentemente destacaban los utensilios propios de ese trabajo, como era su apreciada máquina de coser (4) y, muchos, muchos zapatos. Pero también otros bártulos que le llevaban para que los arreglase; todos en un aparente caos. Con todo, ese desorden no era absoluto pues guardó, bien organizados, todos los recibos del alquiler del cuarto-zapatería.
Su peculiar personalidad dio muchos y grandes momentos a familiares y conocidos. Desde aquellos en los que se llevaba a Ana, ya mayor, a coger cangrejos y volvían a la casa pasada la madrugada. ¡Y es que era muy “festero” y bromista! Con sus amigos hay un sinfín de anécdotas que se podrían contar. Desde aquella que se “distanció” (5) de Francisco Zarco y le dijo, “devuélveme la foto”; o aquella otra que en un parador de Honesta Manzaneque, donde se encontraba Primitivo Espinosa, le soltaron una vaca y él, aunque limitado para huir, consiguió subirse a una tapia donde se quedó horas. Igualmente se cuenta que, en otra ocasión, salía de casa y dijo a Antonia, su mujer, “Si llegan las 6 -¡de la mañana!- y no he vuelto, te acuestas”. Y es que, señala Ana, “si íbamos de boda él seguía de ranra”. Su carácter, sumado a su inteligencia y agilidad mental propició que tuviese agudas respuestas, como la que le dio a un cliente al entrar en la zapatería; este se percató que había al fondo unas astas de ciervo, intentando acorralar a Juan le dijo, “te han crecido los cuernos”, a lo que él replicó, “no, es un espejo”.
Aquellos amigos, Alfonso “Meden”, “Machaquete”, José María Zarco, Primitivo Espinosa, Luis Moreno…, se las gastaban así, pero no se enfadaban, y si lo hacían duraba poco. Amigo y familiar, familiar y amigo; así fue la relación que mantuvo toda su vida con su primo José Luis Cantero Rada, El Fari (6). Todos aquellos incondicionales tenían una relación de auténtica camaradería. Fueron tiempos en los que no había redes sociales para difamar y, desde las mismas, ocultarse.
Con todo lo relatado se podría pensar que fue un hombre que “agotó” su vida, que como solemos decir, no se fue de vacío. Quizás no fue totalmente así. Parece ser que estuvo siempre “insatisfecho” puesto que, en cierta ocasión, le dijo a un amigo médico que tenía en Aranjuez: “…yo todavía no me he realizado en la vida”. Probablemente por los altos valores que subraya su hija: un buen padre, buen abuelo (tuvo dos nietos Santi y Ani, así los nombraba él; “a los que mucho quiso y de los que muy pendiente estuvo”), vital, generoso (7) y, a su manera, religioso.
Cuando cayó enfermo mi madre tuvo noticia de ello. Estaba ingresado en el hospital y con mal pronóstico. Allí se desplazó su “prima”. En esta ocasión ya no le pudo decir “…Juan, me siento ahí y no me muevo hasta que me los hayas arreglado…”. Supuestamente estaba inconsciente, mi madre se sentó al lado de su cabecera y le cogió la mano. A Juan se deslizó una lágrima por su mejilla. Ya no se volvieron a ver. Quizás porque teníamos más de un par de zapatos.
Ese singular hombre fue Juan Laureano Cantero López; Juan el “Zapatero”. Falleció el 5 de febrero de 2009.
(1) Llevaba tiempo con la idea de rendir un humilde homenaje a este hombre que, aparte de ser pariente, lo tuvimos en merecida consideración. Se forjó la idea y fue propuesta a Ana Cantero, una de sus hijas. Con ella mantuve una entrevista, o más bien, una entrañable conversación que ha servido para elaborar este relato.
Si socuellaminos han sido celebrados con celeridad y en demasía, también han sido muchos los olvidados. También va por ellos este silencioso y personal homenaje. No los nombro por la cautela y respeto a sus familiares, aunque si están en mi agradecido recuerdo.
(2) No siendo primos carnales, el primo hermano era mi padre, Juan y mi madre se trataban como tales.
(3) Segunda hija de Juan, junto a Pedro, el mayor, y Eloísa, la pequeña.
(4) Esta, junto con su colección de instrumentos de cuerda los custodia, con gran cariño y cargados de recuerdos, Ana en su casa.
(5) A modo de enfado menor.
(6) Pariente de todos los apodados “bonache”. Como se sabrá este mote se debió a mi bisabuelo Benito Cantero Balderas quien, procedente de Buenache de Alarcón, se instaló en Socuéllamos a principios del siglo pasado.
7() Toda su vida colaboró con Cruz Roja.
