En una ciudad tan mágica como en la que estoy nada pasa desapercibido: personajes, árboles, farolas, el gato agazapado debajo del banco, el mimo quieto, el sin techo buscando colillas, la chica de la calle subida a sus plataformas, el semáforo intermitente, el ejecutivo haciendo como que habla por teléfono, el quiosquero medio dormido, el vendedor de la Once repartiendo ilusión.
Alguna vez nos hemos preguntado, ¿a qué suena todo esto?. Para mí suena a vida.
Toda ciudad tiene su historia, es como una madre que da a luz a su hijo, cada milímetro tiene su porqué. Nada está hecho por casualidad; las historias son necesarias para explicar el mundo, construir memorias; están a medio camino de lo imaginario, de lo que podemos palpar y sentir, nos une mediante puntos para que cuando los tengamos todos unidos formemos sucesos, lugares, vidas, personajes para que todo tenga sentido.
Y dentro de las arterias de la ciudad están los barrios, y para mí que acabo de llegar nuevo a la ciudad, necesito estar protegido, un hueco en el nido, sentir que tengo en propiedad y eso hacen los barrios. Para sentirte empapado de la ciudad tienes que formar parte del barrio, estar en contacto con lo cotidiano, y para ser único hay que estar entre lo común y lo rutinario y contar con una chispa de algo especial.
Son las 8 de la mañana, y antes de entrar a mi nuevo lugar, decido caminar para saber dónde estoy.
Grupos de turistas ocupan el ancho de la calle, parecen hormigas saliendo del hormiguero, ocupando de forma milimétrica el mismo espacio; ciclistas por las aceras esquivando viandantes y viandantes esquivando ciclistas; el señor de la frutería colocando la parada; percibo el olor a café. Todo es un patrón fijo, las parcelas de la vida se repiten automáticamente, no nos miramos a la cara.
Se oye una melodía, me siento igual que las ratas del flautista de Hamelin, voy andando deprisa, es por la calle estrecha que me gusta tanto, la que tiene un grafiti al final de la pared; es un acordeón, sale de una ventana abierta. Esto me va gustando cada vez más.
Sigo caminando, voy mirándolo todo, no quiero perderme detalle. Todo el mundo está demasiado ocupado, nadie nota mi presencia. Aun no quiero pasar a mi nuevo hogar; debería decir que he llegado, que estoy bien, que no se preocupen; lo haré cuando esté instalado y le explique cómo es la habitación que me ha tocado y cómo son mis nuevos vecinos; lo haré una vez por semana, cada vez una diferente y así volveré a crear mi nueva historia.
La próxima vez contaré como es mi nueva casa.
Lola Jiménez López
(Cada miércoles un capítulo nuevo)