Pespunte
Seguimos con la sobremesa, jugando a las cartas unos, Adela como siempre, sin parar, seca cubiertos, dobla paños de cocina, le pasa la bayeta mil y una veces a la encimera; yo me he perdido entre el olor a café, el murmullo de la conversación, se me cierran los ojos, no quiero dormirme, no quiero perderme nada, aquí todo es imprevisible.
Se oye el timbre de la puerta de la calle, la dueña mira el reloj y dice para sí, otra vez sin llaves, esta “Pespunte” no va a cambiar nunca, estará rebuscándose en el bolso y de tanto mirar y meter la mano no encuentra nada. Tomas se levanta y va a abrir.
- Buenas tardes señorita Carmen, tan guapa como siempre
- Tomás y usted tan zalamero como de costumbre, ¿Llego a tiempo a una taza de café?
Tomás la deja pasar y ella camino por todo el pasillo, como una reina, que porte tiene.
Carmen, es toda elegancia, su mirada, sus movimientos, su caminar, da pasos firmes con decisión. No es muy alta, 1,64, pero lleva el pelo recogido hacia atrás en un moño y da la sensación de que es más alta; tiene una mirada penetrante, sus ojos verdes como el trigo verde, (copla que le canta Josefa siempre que la ve llegar) te dejan perdido, no puedes dejar de mirarla, a pesar de no tener un gran atractivo; lleva un vestido camisero y zapatos de salón. Se asoma por la puerta de la cocina y pide permiso para pasar, deja su bolso encima del aparador y se hace un hueco al lado de Josefa, me mira y sonríe y sin apenas mover los labios me da la bienvenida.
-¿Me pones un café Adela, por favor?
-Claro doña Carmen, responde Adela con ironía, con leche y una cucharada de azúcar ¿y le doy vueltas también?
Se echan todos a reír, Adela está continuamente metiéndose con ella, no le tiene manía, al contrario, la admira e intenta imitarle, pero le gusta pincharla y le llama doña o señora Marquesa.
Hay un rato que todo se queda en silencio, como si hubiera pasado un ángel.
Indiano corta ese silencio y le pregunta a Carmen, por su día en el trabajo, le dice que hoy no ha estado mal, han entrado chicas jóvenes y les cuesta hacerse a estar sentadas tantas horas, ya no se complica, las supervisa; le queda muy poco para jubilarse y casi le da igual que la costura vaya derecha o no.
La dueña le pregunta si le gustaría presentarse al nuevo huésped y contarle su historia, Carmen accede, pero prefiere que la cuente ella; la dueña ya tiene su libreta abierta por la página de Carmen.
“Carmen, es hija de modista, y ha estado rodeada de bobinas de hilo, agujas, dedales, alfileres, patrones de papel de seda. Su madre trabaja en el taller del maestro Balenciaga, todo un honor. Cuando sale del colegio se va derecha para el taller y allí es donde empieza a hacer sus primeros pinitos en la moda; hacía de maniquí, porque Balenciaga trabaja directamente sobre el cuerpo de la modelo y luego lo pasaba a patronaje.
Aprendió con las modelos a caminar, a posar, habilidades sociales e incluso hasta inglés, a combinar colores, estilos, y llego a participar en desfiles, pero le faltaba altura, era bajita y no tenía esas piernas largas e infinitas que la mirada se pierda. En los ratos que no estaba con ellas, forraba botones, teñía tejidos, hilvanaba, hacia dobladillos, participaba con las modistas en las tertulias que tenían y la tenían de chivo expiatorio entre las modelos; les contaba los amores y desamores, las lágrimas de desconsuelo cuando se enamoraban sin sentido, el hambre que pasaban cuando habían pasado el “peso”, que apenas era un kilo y eso lo convertían en tragedia, las novatadas que les gastaban cuando llega una nueva. Las arquitectas de la aguja disfrutaban con esos chismes y no escuchaban el serial de la radio.
Lo más bonito de todo era cuando una de ellas se casaba; entre todas le diseñaban el traje y se lo confeccionaban. El maestro Balenciaga cuando estaba acabado, bajaba al taller asistía a la última prueba, daba el visto bueno y se lo daba como regalo. La secretaria de Balenciaga, Ana María, se fijó en ella y se la llevo a las oficinas. Otra subida de escalón, y comenzó a codearse con toda la jet set, a asistir a cenas, a eventos, bodas, desfiles, (siempre detrás de las cortinas) sin perder detalle de nada, siempre con los ojos abiertos, aprendiendo a moverse en las altas esferas. No se ha casado (nunca es tarde), y si ha tenido sus amores, pero no han llegado a completarla. Un día se cansa de todo eso y se vuelve a bajar a los talleres, echaba de menos las cabezas agachadas sobre la máquina de coses, el movimiento de los pies sobre los pedales.
Ella ya no cose, su trabajo consiste en cuidar a las chicas; las nuevas modelos de hoy en día no son como las de antes, ahora son más listas ahora eligen ellas; se preocupa de que no les falte de nada, y de las otras chicas, las artesanas, de que tengan su buen café y sus pastas, de su descanso, de que al final del mes tengan su independencia, y de que sean únicas.
Carmen interrumpe a la dueña y sigue ella hablando:
- Me gusta la vida tranquila, la familia, sin grandes excesos de lazos de sangre; no soy mucho de eso, pero sí de familia que estén para todo, y aquí con la dueña tengo eso, más que amistad, compartimos conocidos, “momentos”, secretos, y de un frio día de invierno con lluvia y viento ofrecerme la 1º D.
Esto es mi casa y mi familia.
(Continuará)
Lola Jiménez López




