“Josefa…
…
Adela me ofrece una taza de café y se sienta con nosotros; se oyen ruidos al fondo, y una voz que canta como los ángeles, nos callamos y solo se oye la voz, es un quejío que desgarra el alma. ¿Quién es? Pregunto, esa es Josefa me dice la dueña, es costurera, planchadora, lavandera, pinche de cocina y un ángel y por supuesto también tiene su historia.
- -Josefa, ¿quieres una taza de café?
-Por supuesto, ahora mismo voy.
Llega Josefa, es toda una señora, 1,65 de estatura, rubia con permanente, ojos azules como el mismo cielo, unos sesenta y cinco años; vestido azul pavo real y un delantal blanco. Se sienta y me guiña un ojo, se sirve ella misma el café, dos cucharadas de azúcar y le da vueltas muy despacio. La dueña vuelve a abrir su libreta y busca Josefa Fernández “La niña de la bahía” (nombre artístico) así se presentó aquí delante de la puerta de casa, sigue tu Josefa.
Pues sí, veréis, yo siempre he querido ser artista, a mí eso de los tablaos, peinetas, claveles, volantes, faroleo, me ha fascinado, se me encoge el estómago, se me ponen los pelos de punta, cuando se encienden las luces del escenario, el taconeo, las palmas, los acordes de la guitarra y ese quejío hondo me pone mucho, como suelen decir, o sea, que lo llevo en la sangre, vamos que yo he nacido para esto, que el señor Dios, me ha dado ese talento. Me escapaba de casa, para escuchar a los cantaores, cuando se juntaban por la noche en las tabernas.
Somos una familia humilde, mi madre es costurera, arregla ropa en un taller de costura y mi padre lo hace en un taller mecánico. Soy la tercera de cuatro hermanos y ayudo en un puesto de fruta en el mercado de abastos, pero a mí lo que me gusta es cantar y dicen que no lo hago nada mal. Me toca estar siempre castigada a mis padres no les hace gracia, pero no lo puedo evitar, en cuanto cumpla los 21 que sea mayor de edad, me apunto con la compañía de teatro que hay en el barrio y me voy con ellos por ahí de gira, y a ver España y sus gentes.
Pues dicho y hecho el mismo día que cumplí los años, hice mi maleta y me fui con la compañía de teatro y revista del señor Francisco Ortiz; mi madre lloró como una magdalena, mi padre ni me miró y mis hermanos dijeron que tenía la cabeza llena de pájaros; me daba todo igual, yo quería volar.
Fue un verano muy intenso, un montón de verbenas por pueblos pequeños, durmiendo en la furgoneta y en pequeñas fondas y de allí a la capital; a lo primero tuve muchas actuaciones y dormía en buenos sitios. Conocí a muchos empresarios y me ofrecieron hasta un papel en el cine y para hacer obras de teatro.
Mandaba todos los meses dinero a mi madre. Le mandaba dos montones (uno para ella y otro para que me lo guardase, por si alguna vez tenía que volver por la puerta de atrás)
Me ofrecieron un contrato en una compañía para hacer revista en América, hice mi maleta y cruce el charco y por esos lares estuve durante más de diez años, me case, enviude y me aburrí de esos vientos y volví a cruzar el charco. Aquí todo ha cambiado, España ya no es lo que era cuando me fui. La capital ha cerrado casi todos los locales donde actuaba, los tablaos apenas pueden sobrevivir y decidí volver a mi bahía, y no sé qué ha sido peor. La casa de mis padres ocupada por un montón de chiquillos, todos llorando y gritando al unisonó, que ya no ni mis sobrinos directos, total resobrinos, todo descolocado, calcetines, zapatillas, chupetes, juguetes por el suelo. ¡Uf Dios mío!.
Soy totalmente una extraña en mi casa. Empiezo a buscar a ver si por casualidad, no hubieran encontrado “el por si acaso” que mi madre me guardaba; subí al desván, y donde ella dejaba sus fotos, sus novelas, sus retales de lanas de colores, todo en un baúl descolorido y oxidado y si allí en el fondo del todo estaban los dos montones que yo mandaba, los míos y los de ella. Bendita Señora, un alma en el cielo y una madre.
Recogí todo y me salí por donde había entrado, ni se dieron cuenta de que había llegado y menos de que me fui.
¿Vuelta a la capital y ahora qué?, pues andando con mi maleta llegué a la puerta de esta bendita casa; llame al timbre, apareció la dueña y me invitó a pasar, me ofreció una taza de café, nos sentamos alrededor de esta mesa y me preguntó qué sabes hacer. Le contesté:, cantar no se me da mal, cocinar, coser me defiendo y me dijo: ¡Bienvenida! Tu habitación es la que hay al lado de la de Adela.
Mi habitación tiene cama de matrimonio, armario doble, mesa camilla, dos sillones y el baño en el pasillo para compartir con Adela.
Y así empezó a escribir la dueña en su libreta. “29 de agosto de 19…, hoy ha llegado Josefa, la niña de la bahía”.
(Continuará)
Lola Jiménez López




