“Casa de huéspedes” de Lola Jiménez. Capítulo X

Primero B

Seguimos jugando las cartas, Adela ya está pensando de la cena de esta noche y en la comida de mañana; me retiro de la mesa, cogí un libro y me siento al lado de la ventana que da al jardín de la entrada principal; hay un sillón muy cómodo, la dueña deja también la partida de cartas, coge su libreta y se sienta a mi lado, me pregunta que si quiero saber algo, que quiere oírme hablar, pero que tampoco quiere presionarme, que cuando llegue mi momento de contar lo haga.

Dueña, de momento, no quiero hablar, me gusta observar y sobre todo escuchar.

-¿Estás bien en tu habitación, has colocado tus cosas?

-Si,  dueña todo bien.

-¿Sabes? Aquí en la casa, vas a ver de todo, aquí se acoge a todo el mundo, a todos se nos ha dado una segunda oportunidad, y como siempre, hay un pero, pues aquí el pero es que hay que aportar algo; cada huésped “da” y “recibe”, no se pregunta nada, cada uno cuenta lo que quiere contar, y cuando lo ha contado me da autorización a que yo lo guarde y a poder contarlo, y  al final, que no quiero que llegue nunca, tener una historia interminable de vidas; y como no voy a ser eterna, a Dios gracias, ir pasando esta costumbre mía a otros dueños.

-¿Dueña, me quiere decir algo?

-Ja, ja, ja.. sagaz si eres.

-¿Cuántas habitaciones llevamos contadas, dueña?

-Pues mira, cuarto de calderas,  Bajo A ( al lado de la cocina), 1º D, 1º A, 1º C.

-¿Tiene para contar más?

-Claro todas las habitaciones están ocupadas pero cada cosa a su momento; tienen que ser los protagonistas, lo que nos cuenten; nunca te metas sin permiso en la historia de nadie, nunca lo olvides.

Ella se pone a mirar por la ventana, y ve pasar a dos figuras, mira su reloj y dice, a su hora, como siempre, no fallan, esperan cinco minutos en la cancela de la puerta y entonces llaman.

Efectivamente, cinco minutos de espera y suena el timbre; Adela, se limpia las manos en el delantal y sale a abrir.

-Buenas tardes, Adela, ¿podemos tomar algo caliente? Hoy hace mucho frío en la calle.

-Señora, siempre hay café caliente, pasar a la cocina y se lo sirvo.

-Ahora bajamos, vamos a quitarnos los abrigos.

Adela pasa derecha a la cocina a preparar más café; lo sirve en una mesita auxiliar que hay al lado de mi sillón.

-Adela ¿quiénes son?

-La momia de Herminia y la niña Ana María.

-Adela, por favor no digas eso

-Dueña, Herminia es una amargada, nunca le he visto una expresión en su cara, ni para refunfuñar y menos para sonreír, es una línea plana.

Me echo a reír y Adela me dice,

-Es verdad, desde que llegaron a casa, es una sota de bastos y a la niña la eclipsa; no has  aprendido a entenderla todavía, escúchala y entonces comprenderás todo.

Aparecen por la puerta dos figuras, una alta de unos sesenta años, vestida de oscuro, con media melena; ha tenido que ser guapa, pero sus ojos marrones, están tristes muy tristes y cierto es, no tiene ninguna expresión en la cara, pero se le nota cansancio, tristeza; sin embargo, la niña es la auténtica expresividad, tendrá unos dieciocho años, morena, ojos grandes, rasgados y marrones, labios carnosos, pelo negro recogido en una tranza, viste vaqueros y una sudadera y con una gran sonrisa en la boca.

Ana María la llama la dueña; ella se acerca le da dos sonoros besos en las mejillas y le apretar las manos; hace frío dueña; acércate y caliéntate, Adela, te va poner un cola cao bien caliente, ¿y tú madre, se ha puesto cascarrabias hoy? Le dice al oído; no dueña, hoy ha sido distinto, contesta Ana maría.

Herminia se acerca a nosotros, y a mí apenas me hace caso; acerca la silla y coge la taza de café

-¿Qué tal el día dueña?

-Herminia, como siempre, todos los días hay algo nuevo;  ves, tenemos nuevo huésped, que te parece si le cuentas tu historia y la de Ana maría.

-Dueña, busque mi página y la leo.

-Herminia, empiezo yo a leer y sigues tu hablando, uno se desahoga hablando no leyendo, y además mi libreta es “mía”.

“Un día a finales del mes de septiembre cuando aún está el veranillo de San Miguel, es decir, que el calor aprieta, a eso de las cuatro de la tarde, me dice Adela que me asome a la puerta de la calle, y vemos en el banco de la acera de enfrente a una mujer joven,  y a una niña, con dos maletas y un baúl apoyados en el suelo, con una calor que hacía insoportable, sin moverse. Así estuvo un buen rato, Adela sin pensarlo, cruza la calle, coge a la niña de la mano y le dice a la mujer, usted podrá hacer lo que quiera, derretirse al sol, quedarse como una sota de bastos, pero yo a la niña me la llevo y que se refresque, por Dios, que muesa es. Dicho y hecho se trajo a la niña, le lavo la cara y las manos, le saco un helado del congelador.  Y allí seguía la mujer sin inmutarse, sentada en el banco. Al final me acerqué, y le pregunté, que si no tenían donde ir, me miró, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Llamé a Tomás, cogimos el equipaje y me siguió. Pasamos al hall, pidió por favor lavarse un poco, Adela la acompañó al baño, se le preparó una habitación y se le subió el equipaje. Gracias mil gracias, mi nombre es Herminia y ella señalando a la niña es Ana María. Bienvenidos a nuestra casa de huéspedes. Nos bebimos un buen vaso de limonada y unos barquillos para comer”.

Y sigue Herminia:

Necesitaba un sitio para mí y para mi hija, pero dinero no tengo mucho; no te he preguntado nada me dijo la dueña, solo cuéntame, si quieres, solo cuando tú puedas o quieras. Bebí un buen trago de limonada y empecé:

Estaba estudiando Derecho en la universidad, y allí conocía a Juan, nos hicimos inseparables; éramos un grupo de amigos y amigas, pero entre nosotros dos había una conexión especial, y lo que suele pasar, me quedé embarazada, no eran mis planes, pero pasó; mis padres me acogieron, dejé de estudiar y me quedé en casa.

Juan, que es hijo de una familia con pudientes, como suelen decir. Una familia de empresarios con gran poder adquisitivo, no vieron nada bien nuestra relación desde el principio. Juan a lo primero muy ilusionado, pero cuando hubo que implicarse, dejó de venir a verme,  a la niña sí, eso sí le fascinaba, ir presumiendo de que era “padre”; le puso sus apellidos y se ha hecho cargo de su manutención.

 Cuando acabó la carrera, se puso a trabajar en un importante despacho de abogados y le fue muy bien. Yo seguí mis estudios por las noches, mientras mi madre cuidaba a la niña, y conseguí trabajo en un modesto despacho de abogados de mi barrio y logré salir hacia delante. Juan seguía manteniendo contacto con la niña; todo muy bien. No me apeteció casarme, no necesitaba nada ni a “nadie” para cuidarnos mi hija y yo e incluso para echarle una mano a mis padres cuando lo necesitaron.

Un día, sin esperarlo, mis padres fallecen en un accidente de tráfico; nos quedamos en la calle,, el piso donde vivíamos era de alquiler, se acababa el contrato y los dueños tenían previsto venderlo y  precisamente no era mi mejor momento para poder optar por él; hablé con el padre de mi hija y nos ofreció  un estudio, pero a escondidas de su familia; no lo entendí ni lo entiendo, pero acepté y como una cosa mala nunca viene sola, mi despacho cerró y me encuentro en la calle y cobrando el paro (gracias)  y os sigo contando desgracias; a Juan le diagnostican un cáncer muy agresivo y en menos de un año fallece; ahora es cuando su familia conoce la existencia de Ana María. De que vivíamos de “gratis” en un inmueble de su propiedad, así lo calificaron, o sea, que éramos unas “okupas” y que solo aceptaban seguir pasando la manutención a la niña hasta que esta tuviera un sustento por su cuenta, y eso porque llevaba sus apellidos. Os imagináis la que se me vino encima.

Vendí lo poco que tenía de valor mío y de mis padres, hice el equipaje y aquí llegamos.

Claro que me he vuelto cascarrabias, y asquerosa, no quiero pintarme, y tengo ojeras, y sé que Adela me llama “momia”, y que la cartera de colores de “titanlux” la tengo olvidada por el momento. Lo que sí se, es que aquí con la dueña, mi hija sonríe, es feliz y yo también, y hoy más que nunca.

¡He encontrado trabajo!  De abogado en un despacho, Ana María puede ir a la Universidad (ella aun no lo sabe), y además mañana a primera hora, en cuanto salga el sol, saco la carta de colores, enciendo la radio y el rimmel.

Gracias dueña.

(Cada semana un capítulo)

Lola Jiménez López

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