“Me lo enseñó mi abuelo” de José Pedraza

Tengo un abuelo que mola… bufff… mola muchísimo. No es el típico abuelo, pero es genial. Siempre tiene prisa (no lo entiendo porque esta jubilado y no tiene mucho que hacer la verdad), pero siempre que viene a mi casa tiene prisa por irse.

Llega, nos da un beso a todos, y se abre una cerveza sin alcohol y se pasea por las habitaciones. A los dos minutos, ya dice que se va. Cuando viene a comer o a ver el fútbol, entonces se sienta. Es un puntazo.

Mi abuelo tiene dos aficiones principales; el fútbol y las cartas. Le gusta venir a ver los partidos del Real Madrid conmigo. No para de hablar, es un taladro, pero me gusta pasar ese rato con él. Además, lo vemos solos, sin nadie más. Es nuestro momento.

Es una persona muy recta y muy honesta, y eso es algo importante que he aprendido de él. Eso y todo lo que me dice del fútbol.

Un día nos pidieron en el cole que hiciéramos una redacción sobre qué habíamos aprendido de nuestros abuelos. Cuando nos lo comentaron, pensé que era muy fácil, que habría muchas cosas que decir. Entonces, me dejé el trabajo para el último día.

Durante esa semana mis compañeros fueron hablando de cosas que les habían enseñado sus abuelos.

Carlos había dicho que su abuelo le había enseñado a cocinar. Su abuelo es un excelente cocinero y siempre hace la comida en su casa y cuando se junta toda la familia. Mi amigo dice que lo que mejor hace son las migas, su especialidad, y luego la paella.

Pedro comentó que a su abuelo le gustaba mucho pintar. Pintaba cuadros y los regalaba. Mi amigo tenía la casa llena de cuadros de su abuelo, que exponía de vez en cuando en la Casa Carmen Arias cuando hacían exposiciones y concursos. A mi amigo le iba más la pintura abstracta… vamos, que pintaba fatal, pero le gustaba hacerlo con su abuelo.

Marta destacaba de su abuelo su amor por el campo. Tenía una pequeña huerta que seguía manteniendo a pesar de su edad. En ella tenia tomates morunos, pimientos, calabacines y gallinas. Ella le acompañaba los fines de semana a dar una vuelta.

Al abuelo de Jaime también le gustaba el campo, pero el problema es que se llevaba mi amigo a vendimiar y cambiar gomas los fines de semana. Eso no es que le gustara mucho a Jaime, pero bueno, había que echar una mano en casa.

Lucía decía que lo mejor de su abuelo eran las historias que el contaba. A su abuelo le gustaba mucho leer, y eso era algo que Lucía había cogido. Su abuelo le decía que le dejaría a ella todos los libros que tenía. Ella le decía que eso ya no se llevaba, que se cambiara al e-book, pero entendía que para su abuelo el papel era lo suyo.

Lo días pasaban y a Guille… no se le ocurría nada para contar de su abuelo. ¡No podía ser! ¡El tiempo se acababa!

Yo sabía que no podía llegar a mi profe Pilar con una redacción hablando de lo que mi abuelo había contado del partido del Real Madrid-Manchester. Este hombre… ¿Qué me había enseñado? ¿Nada? No podía ser. Tenía que pensar rápido y pensar bien. Mi redacción debía ser la mejor.

Como casi siempre, tiré del comodín que nunca falla.

-Mamá, ¿Qué te ha enseñado a ti el abuelo?

-¿A mí? Pues no sé, todo.

Pero ¿qué es todo?

-Guille, todo, es mi padre.

-Ya, pero ¿qué te ha enseñado él que tu recuerdes?

Pues a andar, comer, escribir, leer… yo que sé.

-¿Y algo en particular que recuerdes?

-Guille, tu abuelo solo tiene dos aficiones, el fútbol y las cartas. Y a mí las cartas no me gustan y soy del Atlético de Madrid, o sea que tampoco vamos bien con eso.

-Pero mamá, tengo que hacer unos deberes sobre qué me ha enseñado el abuelo.

-¿Pero qué es para el cole? Qué preguntas tienes… céntrate y estudia.

Esta vez el comodín del público no me había dado resultado. Bueno, tenía todo el fin de semana para pensarlo.

El sábado iba para la plaza para salir con mis amigos cuando de repente vi a una mujer mayor en el suelo. Estaba la pobre quejándose de dolor. Corrí a su lado a ver que tal estaba. Me daba un poco de miedo, ¿estaría muerta?, nunca había visto un muerto y la verdad, me daba un poco de canguiris….

-Hola, me llamo Guille, ¿está usted bien?

-Me he caído hermoso, a ver si puedes ayudarme.

-Sí claro, yo le ayudo. ¿Dónde vive?

-Aquí enfrente.

Ayudé a la mujer a levantarse. Pesaba lo suyo, pero como voy a kickboxing estoy cogiendo fuerza… vamos, eso dice mi madre.

Su casa estaba al lado: me dio la llave, abrí y la pasé al salón. La casa estaba muy sola. No cerré la puerta por si necesitábamos más ayuda.

Senté a la mujer en su sillón. Estaba muy nerviosa y medio llorando. Le pregunté que donde estaba su familia, y me dijo que vivía sola pero que tenía una hija que estaba trabajando. Le pregunté el número para llamar a su hija, pero no se acordaba.

Me dijo que tenía los números apuntados en una agenda en la cocina. Me fui a la cocina y busqué la libreta. Encontré el teléfono de la hija y la llamé. Contestó enseguida y me dijo que por favor me quedara con su madre que ella llegaba enseguida.

Mi teléfono no dejaba de pitar, mis amigos me estaban esperando y mandándome mil mensajes, pero ¿qué podía hacer yo? No podía dejar sola a esa pobre mujer. Debía esperar hasta que su familia apareciese.

La mujer no paraba de preguntar por su hija, estaba inquieta, y para entretenerla le pregunté por sus nietos. Contarme cosas la mantendría ocupada y no se acordaría de lo que había pasado.

Entonces ella empezó a preguntarme a mí:

-¿Y de quién dices que eres?

-¿Cómo de que de quién soy?

-Si, que cual es tu mote o cómo le dicen a tu familia.

-No sé, a mi familia no le dicen de ninguna forma.

Siguió haciéndome preguntas: cómo se llamaban mis abuelos, mis padres, donde vivía, donde trabajaban… estaba dispuesta a saber quién era yo sí o sí.

Ya había pasado más de media hora y su hija no había llegado. De repente, me miró fijamente y me dijo algo que no se me olvidará.

-Tus ojos.

-¿Qué le pasa a mis ojos?

-Me recuerdan a alguien.

-¿Si?

-Son negros y de mirada profunda. Dan confianza.

Me contó que hace años, cuando aún vivía su marido, tuvo un accidente de tráfico en la carretera y le ayudó un hombre que vivía en el pueblo que era policía. Parace ser que ese hombre había arriesgado su vida sacando a su marido del interior del vehículo que estaba ardiendo en la carretera. Le salvó la vida. Lo llevó en su coche al hospital y luego avisó a su familia,

Tus ojos me recuerdan a esa persona. Un señor que era policía en otro pueblo pero que vivía aquí. No recuerdo su nombre, la verdad. Ya soy muy mayor.

-¿Puede ser Pablo?

-Pablo… sí, puede ser.

-Pues mis ojos son los suyos, por que esa persona es mi abuelo.

-¿En serio?

-Así es, era policía, pero ya está jubilado.

-No podía ser de otra forma: un niño tan bueno tenía que tener los mismos valores que su abuelo.

Su hija llegó y yo me despedí y me fui. Me dio un beso y un abrazo y me dijo que nunca olvidaría lo que había hecho por su madre.

Yo seguí mi camino y me fui con mis amigos, les conté lo que me había pasado. Algunos me dijeron que lo había hecho muy bien, y otros que era un pringado por pasar media tarde en casa de una extraña, pero yo sentía que tenía que ayudar a esa mujer hasta que su hija llegara.

Las palabras que me había dicho se me habían quedado grabadas. Tus ojos solo pueden ser de una buena persona, es el mensaje que me había trasladado. Y con ese pensamiento llegó el domingo, el último día para hacer el trabajo.

Lo que había pasado el fin de semana me había dado una idea. ¿Qué había aprendido de todo esto? ¿Qué me había dicho la mujer, que le recordaba al abuelo? Estaba claro, mi abuelo me ha estado enseñando cosas toda mi vida. Los valores, la forma de comportarme, las creencias, el esfuerzo, el trabajo, ser buena persona y ayudar a los demás. La solidaridad es algo que la ves en los gestos más pequeños y también en las grandes acciones. Ya tenía una idea, bueno, una verdad.

Hice el trabajo para mi profe. Me puso buena nota, aunque me esperaba más. No me importó, seguramente no había conseguido expresar con palabras toda la gratitud y las enseñanzas que mi abuelo me había dado. Que alguien te diga que te pareces a tu abuelo por ser buena persona es uno de los mejores piropos que nadie te puede hacer.

Además, los gestos de solidaridad muchas veces están recompensados. A la semana de pasar lo de la mujer, llegué a mi casa y me dijo mi madre que tenía un regalo. En señal de agradecimiento, la mujer me había comprado un frasco de colonia y me lo había llevado a mi casa.

No era algo que yo tuviera en mi lista de deseos, pero es uno de los mejores regalos que he recibido por que me lo han hecho como agradecimiento a una buena acción que yo he hecho. Como era un poco de mayor, se la regalé a mi abuelo, pero eso que quede entre nosotros… /

José Pedraza Izquierdo

Relato ganador en la categoría de menores de 16 años del X Certamen de Narrativa Corta “Villa de Socuéllamos”

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