“Inquisidores, censores y comisarios del pueblo” de Benito Cantero

 

“…¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia; vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido!...” [Lucas 11, 47-54]

Censura, definida por la R.A.E como intervención que practica el censor con el contenido o en la forma de una obra atendiendo a razones ideológicas, morales o políticas. En un sentido más amplio es la supresión de todo material de comunicación que puede ser considerado ofensivo, dañino, inconveniente o innecesario para el gobierno o los medios de comunicación.

Podríamos pensar que ese procedimiento fue propio de tiempos pasados, incluso de remotos según recogemos en la cita de San Lucas; y que ya ha desaparecido en las democracias occidentales. Realmente no es así, sino que sigue anidado en la política, las artes, los medios de comunicación, la religión etcétera. Aquí, contemplando todos esos ámbitos desde los que se puede ejercer la censura, vamos a centrarnos en tres tipos: la que uno se aplica a sí mismo, que podríamos llamar autocensura; la censura grupal, esa que un determinado grupo de la población ejerce sobre un ser humano, y que tiene que responder a los criterios de lo políticamente correcto dentro de ese grupo; y la censura normativa, la que se impone desde las leyes políticas de un Estado1.

La democracia actual ha retrotraído estos niveles de censura básicamente al primero, al de la autocensura. El proceso comienza con el aprendizaje del sujeto a través de la comunicación pública que indica lo que se debe callar, algo que el ser humano aprende muy bien a través de la seducción económica e incluso emocional. Esta última seducción se instala en lo que G. Maestro llama “cultura de la precaución”; quizás mejor del miedo que corroe la libertad y que las redes sociales convierten, a seres inocentes, en censores de otros inocentes. En suma, unos nuevos comisarios del pueblo.

Claro está que para que exista censura tiene que haber un censor; es obvio que no se le así en las democracias posmodernas. Él o ellos, ya que existen categorías de censores expertos cada uno en su “materia”, son los encargados de llevar a cabo la tarea. Estos nuevos censores-tiranos se consideran supremos sobre lo que hay que leer, escuchar, ver, hacer y pensar1. Algo que no consiguieron los viejos inquisidores con libros como El Quijote, lo disfruta la censura actual, puesto que su objetivo es neutralizar la inteligencia y proscribir la genialidad que queda arruinada, sometida por ese ejército de censores, que según apunta J. G. Maestro, en Estados Unidos, les llaman eufemísticamente “sensitive readers” o “lectores de los sensible” 2. Su labor es interceptar frases o términos racistas, homofóbicos o misóginos para un sector de la población. Con ello consiguen imponer a los lectores la interpretación de una obra literaria o de unos hechos, creando con ello opinión. Estos pueden ser desde profesores hasta directores de periódico puesto que se les da poder para publicar o no, enfocar una lección o una clase, que sin llegar a ser falso lo que dicen si puede ser una verdad “a medias”.

Como hemos dicho, neutralizada la genialidad, la inteligencia, se suprime la libertad porque no hay conciencia de qué se necesita para ejercer esa libertad.

Benito Cantero Ruiz. Catedrático de Geografía e Historia y Doctor en Antropología

[1] Tengamos en cuenta que todo lo legal, en un momento determinado, no siempre es legítimo.

[1]Algo parecido a algunos pedagogos que se atreven a decir a los profesores cómo tienen que dar una clase, enseñando lo que no saben y determinando la calidad del docente que llevan toda su vida estudiando su materia. Cuando nos encontramos con alguno de estos (pedagogos), llega su arrogancia a tal punto que dice que el profesor en cuestión sabe la materia pero no sabe enseñarla. Solo que esos pedagogos saben enseñar lo que nunca han estudiado. Se ha alojado tanto este discurso que ya hay muchos profesores “pedagogizados”.

[2] Según expone G. Maestro, se trata de personas contratadas por las editoriales para que lean los originales y determinar si coinciden con lo “políticamente correcto”. Si el texto no es aprobado se le dice al autor lo que debe cambiar para que la obra no mengüe  la venta para la editorial.

 

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