Viene celebrándose desde hace muchísimo tiempo, es una tradición que, a pesar de la modernidad, el estrés, y las prisas de hoy en día, se resiste a desaparecer del todo, y aunque en la actualidad no tiene el auge y participación que tenía allá por los años 40 y 50, sigue cada año viéndose gente que sale a merendar y jugar en el campo, rememorando la fiesta de Jueves Lardero, como la hacían sus padres y abuelos.
La palabra lardear, viene de lardo, y lardo, según el diccionario, es el lugar donde está lo gordo del tocino, de ahí que Jueves Lardero era en un principio una fiesta totalmente gastronómica, a base de tocino, que se comería como preparación a la abstinencia que vendría después, para guardar el precepto de no comer carne durante la Cuaresma, por eso, “Jueves Lardero” se celebra el jueves anterior al inicio de la Cuaresma.
Ahora, en la actualidad, la gente sale al campo a merendar, llevando el tradicional hornazo, que es una torta con un par de huevos cocidos y algún chorizo, además de ésta se llevan toda clase de alimentos, saliendo en grupos de amigos y familia, y además de comer y beber se pasea y se juega a múltiples juegos campestres.
Recuerdo los Jueves Larderos de mi niñez, en los “Pinos”, donde íbamos andando o en bicicleta, pues apenas estaban un par de kilómetros del pueblo, saliendo por la carretera de El Bonillo. Era un tupido y frondoso pinar, propiedad de la familia Moreno, desgraciadamente desaparecido en la década de los cincuenta, aunque eso sí, dejaron algunos pinitos de recuerdo que todavía existen, pero ya mezclados con las edificaciones que el crecimiento del pueblo ha llevado hasta ellos.
Allí iba el pueblo entero a lardear (entonces no existía Titos), y era este jueves la única ocasión de pasar unas horas festivas en el campo. Íbamos todos con el hornazo, que todas las panaderías y confiterías ofrecían.
Antes de la merienda la gente paseaba y jugaba, los jóvenes instalaban provisionales mecedores con cordeles atados a las ramas de los pinos, en los que se mecían toda la pandilla, unos detrás de otro, en riguroso turno.
Otras pandillas jugaban a los palmos y las chicas saltaban a la comba, mientras los niños nos íbamos a correr aventuras a unas cercanas cuevas que allí había. Se llamaban las cuevas de Pirracas, y tenían un encanto especial y misterioso para la población infantil, a mí, mirándolas con los ojos de niño, se me antojaban fascinantes, me parecían verdaderas catacumbas con innumerables y laberínticas galerías, que en realidad no eran otra cosa que las excavaciones subterráneas para sacarle a la tierra la arena que atesoraba en sus entrañas.
Así era Jueves Lardero de entonces, donde niños, jóvenes y mayores convivíamos en buena armonía y después de merendar, al caer la tarde, todos juntos contentos y felices regresábamos a nuestras casas.
Cuando desaparecieron los pinos que era el lugar de concentración para esta fiesta, el personal se dispersó por otros lugares (Titos, Monte de la Raya, Casa de la Torre), pero la mayoría optó por las eras cercanas a la población, que eran muchas, situadas frente al Hospital de San Ramon, espacio que en la actualidad ocupan las calles Nuestra Señora de la Asunción, Diez de Agosto, Bernabé Huertas, Libertad, Deportes y alguna otra.
Conservemos estas fiestas y todas las fiestas tradicionales de Socuéllamos, porque es de pueblos cultos, conservar sus tradiciones. /