
De las diversas fiestas del calendario festivo de Socuéllamos, hay una que desde muy antiguo se celebra en honor de los animales: San Antón, que también ahora se celebra, pero con otros matices acorde con los tiempos y las circunstancias.
A mitad del siglo pasado se celebraba siempre en su día, el 17 de enero, en la víspera de la fiesta. Por la noche, se echaban las luminarias, que podían contarse por cientos.
Cada vecino en la puerta de su casa echaba una gran lumbre, con sarmientos y cepas, alrededor de la cual la gente joven jugaba al corro o saltaba por encima de la hoguera, y los mayores contaban historias, tiraban petardos y daban vivas al Santo, mientras todos, jóvenes y mayores, comíamos los tradicionales “tostones” (trigo y cañamones tostados) y las riquísimas tortillas que se les llamaban “fritillas” y los “sequillos” (tortas muy finas con cañamones incrustados en su masa, fritas en sartén).
El día de la fiesta, centenares de mulas y burros y algún caballo, bajaban por la calle de la Arena, camino de la iglesia en una hilera de perfecta formación para ir a misa, al final de la cual el sacerdote bendecía a los animales uno a uno y comenzaba la procesión, encabezada por el Santo.
Había un concurso para los jóvenes, consistente en lanzar naranjas por encima del cuerpo de la iglesia, lo que requería mucha habilidad y fuerza.
Las mulas eran el elemento principal de la fiesta por eso, al llegar al campo la mecanización y sustituir las mulas por los tractores, se acabó esta tradicional fiesta, pero afortunadamente, y gracias a algunos nostálgicos muleros ha vuelto a resurgir en los últimos años, pero con matices muy distintos a los que tenía.
Los gañanes, en la fiesta de San Antón, llegaban a la iglesia con sus mulas engalanadas con sus mejores aparejos, para “santonearlas” esperado, subidos a sus lomos, el momento de la bendición, y luego durante todo el día no faltaba momento y ocasión de degustar la típica zurra.
Gorrino de San Antón
Unido a esta fiesta estaba “el gorrino de San Antón”, era regalo de algún devoto, en agradecimiento o promesa, por cualquier favor recibido del Santo.
Se le soltaba, con su campanilla al cuello, por las calles de la población, para que los vecinos le dieran de comer y lo engordaran. Para Navidad, cuando ya tenía bastante peso, se rifaba, siendo el beneficio de la rifa para el culto del Santo. Cuando aumentó la circulación de vehículos a motor ya no fue posible mantener esta tradición. /

