Con brillante estrategia protocolaria las madres establecen, días antes de Navidad, las comidas que tocan en cada casa.
Cada día festivo hay que comer o cenar en un sitio determinado. Se cruzan llamadas telefónicas: cuñada, hermanas, suegras, y nueras, y se va dibujando en cada familia el esquema de los encuentros.
Comienzan entonces los primeros repuntes “pues a mí no me parece postre de Nochevieja las torrijas que quiere preparar tu madre”, “anda que toca la comida de Reyes en casa de tu hermano, yo no estoy dispuesta a reírle las gracias a su suegro”.
Se ponen a prueba las relaciones familiares: “nene, se ha acordao de cenar aquí en Nochevieja y le dicho a tu hermana que los abuelos aquí no pueden dormir porque va a venir la novia del chico”; “yo no pienso ir a comprar, que me tocó el año pasao, ¡la tonta de siempre!", o “aprovechando que están aquí, antes de que se vayan a Madrid, le vas a decir a tu cuñao que te pague la contribución de la viña que le vendiste”.
Pero la mayoría de las desavenencias quedan en empate y gana la familia.
Además, pensábamos que el champán, la sidra, o el vino no servían para nada... el traguete a traguete nos pone contentos, digamos que nos azorollamos, y después de haberte chispado un poquito le hechas el brazo al cuello al susodicho cuñao y hasta te pones un poquito pesaete.
Los chiquillos también juegan sus pasadas “vámonos a casa mama, que el primo no me rompa los juguetes” o “papa, papa y si no cuando dijiste en casa que el coche del tío parecía una estufa de palos” o “la comida de la tía no me guuusta”. Son tan sinceros.
En fin, que la Navidad es tiempo de paz, y la paz no es estática sino dinámica, y exige reajustes permanentes en las relaciones entre los familiares, más y más entre las personas./
Archivo de Socuellamología. Autores Juanjo y José Luis Romero del Hombre Gómez