Es un gran don contar en nuestra Iglesia con hombres y mujeres que han entregado su vida fielmente en martirio. Además, que haya sido el obispo, el pastor, quien haya entregado su vida por las ovejas, es una gracia, si cabe, más inmensa.
El 22 de agosto de 1936, por la mañana, un grupo de milicianos tomó al obispo prior, Narciso Estenaga, junto a su secretario, Julio Melgar, sin que opusieran resistencia. Fueron conducidos al paraje conocido como El Piélago, en Peralbillo, a orillas del Guadiana. Allí fueron asesinados a tiros.

Este lugar recuerda el martirio a orillas del río Guadiana. Fue la Acción Católica la que se encargó de levantar este sencillo monumento, que conmemora la entrega de la vida del obispo prior Narciso Estenaga y de su secretario Julio Melgar. Los cuerpos fueron encontrados al día siguiente y trasladados al cementerio de Ciudad Real, donde recibieron sepultura en el lugar reservado para el Cabildo de la Catedral. El 10 de mayo de 1940, sus restos fueron trasladados a la Catedral, donde reposaron bajo una lápida en la via sacra hasta que, después del 28 de octubre de 2007, fueron exhumados y colocados debajo del altar mayor.
«Precisamente ahora que los lobos rugen alrededor del rebaño, el pastor no debe huir; mi obligación es permanecer aquí». Ese es el legado episcopal de Narciso Estenaga, beato y obispo prior: permanecer junto a sus hijos y hermanos. No se trata de valentía, sino de entrega, de fe y de testimonio. Unido al perdón hacia sus asesinos, esto convierte a Estenaga en un referente para siempre en nuestra Iglesia.
Estenaga fue beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007, junto a otros once mártires de nuestra Iglesia de Ciudad Real. Sus restos yacen ahora, junto a los de su secretario Julio Melgar, martirizado junto a él, bajo el altar de la Catedral de Santa María del Prado. Desde los primeros siglos del cristianismo, el martirio se ha entendido como el grado máximo de seguimiento de Cristo. La configuración con la persona de Jesús lleva a los santos a entregar su vida, no solo como Jesús lo hizo, sino por Él. En la ceremonia de beatificación fueron reconocidos también otros diez mártires de nuestra Iglesia: sacerdotes, seglares y religiosos. En total, de toda la Iglesia española, fueron beatificados 498 mártires. Son ejemplos para todos de un seguimiento de Cristo hasta el final, perdonando a los verdugos y convirtiéndose en semilla de nuevos cristianos.
Narciso Estenaga: una vida
Huérfano de padre y madre (jornalero y lavandera, respectivamente), fue llevado primero a Vitoria y luego a un colegio para huérfanos en Toledo, fundado por Joaquín de Lamadrid (quien también sería martirizado en agosto de 1936), impresionado por la viva inteligencia del niño. Lamadrid le consiguió una beca en el Seminario de Toledo, donde se graduó en Derecho con brillantez y fue ordenado sacerdote en 1907. Además del Derecho, sentía predilección por los temas históricos y artísticos. Debido a sus talentos, pronto fue nombrado canónigo por oposición de la catedral primada. Cuatro años después, en 1913, fue promovido a arcediano de la Catedral de Toledo.
Narciso Estenaga Echevarría fue amigo y confesor del rey Alfonso XIII. Tras quince años de ministerio sacerdotal, el monarca lo eligió como obispo prior de las Órdenes Militares (Ciudad Real), el 20 de noviembre de 1922, cuando contaba con cuarenta años. El propio rey le invistió como caballero de la Orden de Santiago. Fue consagrado obispo en Madrid el 22 de julio de 1923 por el cardenal Reig, primado de España, actuando como padrinos el conde de Guaqui y la duquesa de Goyeneche. El 12 de agosto hizo su entrada en Ciudad Real. Intervino en el Congreso Catequístico Nacional de 1929 (Granada), en el Iberoamericano de Sevilla y en el Eucarístico de Toledo.
Fue correspondiente de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, académico de número y director de la Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, caballero del hábito de Santiago y de la belga Orden de la Corona. Dominaba varios idiomas y fue autor de varias obras, entre ellas una historia de la catedral de Toledo, inconclusa. El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, le encargó en abril de 1936 el Elogio fúnebre de Lope de Vega, con motivo del tercer centenario del fallecimiento del Fénix de los Ingenios.
Cuando estalló la Guerra Civil, la situación se volvió incierta. El gobernador civil de Ciudad Real, Germán Vidal Barreiro, partidario de Casares Quiroga, promovió la moderación, pero no impidió las matanzas de milicianos. A pesar del peligro, el obispo decidió permanecer en su diócesis. Cuando los contingentes de la Guardia Civil de la ciudad fueron trasladados a Madrid, el obispo quedó a merced de los radicales de extrema izquierda. El 5 de agosto, los milicianos asaltaron y registraron su palacio. El 13 de agosto fue obligado a abandonar su morada junto con su capellán, Julio Melgar, instalándose en casa de un amigo, Saturnino Sánchez Izquierdo (quien posteriormente también sería asesinado).
«Con cáliz de ácidos fieros
tu vino abrevarlos quiso
a nuestro obispo Narciso
y a sus santos compañeros,
ya dulces brindis señeros
en tu mesa martirial.
¡Cuánta gloria y bien del mal
que victimó a estos hermanos,
destilan, Señor, tus manos
para ágape universal».
Décima del sacerdote Juan Sánchez Trujillo, publicada con motivo de la beatificación.
Fuente: diocesisciudadreal.es