Domingo 17 de noviembre, podría valer para cualquier domingo otoñal, para los católicos, día de descanso, se supone que dedicado al Señor, qué difícil es cumplir esta premisa.
He encendido la televisión sobre las 13:30 h. en el Canal 13, Iglesia noticia, Eclesia, 'Misioneros por el mundo'. Hoy el programa estaba dedicado, entre otros países, al Chad, un misionero español nos cuenta el tiempo que lleva en esta tierra, y lo que ha podido conseguido en su “misión”. Nos cuenta que acogen a todos los niños que es posible acoger, no preguntan su procedencia, su religión, su tribu, si han cometido algún delito, la enfermedad que tienen… Ante todo, son niños, niños tristes, serios, sin sonrisa en su rostro, niños maltratados, abandonados en las calles, vendidos a las mafias… En esta misión los acogen, les ofrecen cariño, amor, comida, les enseñan a convivir con más niños en un humilde espacio de paz. Con traumas muy profundos que superar, los misioneros tienen la labor de enseñarles la esperanza que Jesús nos muestra con sus obras y palabras.
Reflexiono y siento vergüenza ajena cuando escucho al misionero que mueren personas infectadas por diversas enfermedades por carecer de agujas inyectables para proporcionar los correspondientes antibióticos.
Vergüenza ajena cuando llaman “escuela” a cuatro paredes de tierra, que, con el primer vendaval, se puede derrumbar, que los niños que van a esta escuela tienen más de 10 años y tienen que aprender “como se coge un lápiz”.
Ahora que se acerca “la campaña de Navidad”, traducido: celebración del nacimiento del Hijo de Dios, Navidad=Natividad, ¿seremos capaces de reflexionar en diferenciar entre: imprescindible y todo, necesario y novedoso, calidad y cantidad, suficiente y ostentoso, barato y caro, ¿marca blanca o de marca…?
Debemos dar gracias a Dios por la vida que nos ha regalado, por vivir en un entorno donde disfrutamos del trabajo, la vivienda, la educación, la familia, la sanidad… Deberíamos por un momento, pensar si todo lo que disfrutamos en estos momentos de nuestras vidas disminuyera sensiblemente, la luz, el gas, el agua corriente, los colegios, el trabajo y solo existieran los misioneros, los sacerdotes, los voluntarios para darnos cobijo en una nave que llamasen Iglesia. Lo mismo, cuando llevamos a nuestros niños a Misa, en vez de dejarlos en la puerta, entrábamos con ellos para escuchar la palabra de Dios.
Tras las huellas de Jesús

 
			 
		



 
  
  
  
                                     
  
  
 















 
  
 







