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“Reformación y reputación” de Benito Cantero Ruiz

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En esta ocasión vamos a trazar una semblanza entre la España de Olivares (S.XVII) y la actual. Suponemos el entendimiento del lector que, con poco esfuerzo, será capaz de encontrar el sentido de estas líneas.

Cuando hace 37 años J.H. Elliott sacaba a la luz su obra Richelieu y Olivares hacía un análisis comparado de ambos políticos. Los presentó como infatigables trabajadores en sus ambiciosos proyectos. Ambos, en la educación de su pensamiento político, conciliaban religión y razón de Estado. Razón y prudencia deberían dosificarse en el ejercicio del poder a la par que, los cortesanos, debían conocer tanto mejor a los enemigos que a los amigos, para tomarse la medida, cobrar ventaja, ganar la partida de ajedrez en el tablero geopolítico.

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Con esas premisas la política interior debería someterse a una “reformación”, entendida como restauración de la autoridad de la Corona, restablecer la reputación del rey. Si en Francia se concretó en la “grandeur”; en España se acometería con esa reformación y la reputación exterior. La reformación, encarrilada por los arbitristas, se concretaría en una serie de reformas éticas y materiales, a la par que acabar con el mosaico de prerrogativas reales que desagregaban los territorios de la monarquía. El Conde-Duque pretendía aligerar el peso imperial que venía sosteniendo Castilla sola.

“….sólo Castilla y León y el noble pueblo andaluz llevan a cuestas la cruz”

Para todo ello se puso en marcha una máquina publicitaria encargada de mover los afectos por medio de los efectos. El epicentro desde donde se orquestaba fue el microcosmos palaciego al tiempo que Olivares reunió a las plumas aceradas de algunos escritores (hoy papel periodístico) que ensalzaban los logros del régimen. Con el tiempo aquel palacio, el Buen Retiro, sería visto como derroche y mala gobernación, pura apariencia, trampantojo áulico; la cervantina decadencia de la Edad de Hierro que llamaba don Quijote.

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El pacifismo del reinado anterior puso de manifiesto la brecha en el sistema militar español y por ende la reputación de España en el exterior. Ya en 1594, Marcos de Isaba titulaba un tratado militar como “El cuerpo enfermo de la milicia española”. Pero cualquier reforma resultaba escasa frente al francés, que operó siempre mejor por la vía diplomática aliándose incluso con los protestantes.

Cómo resuena el eco del aquel ambiente. Guerra exterior y sublevaciones internas propiciaron una atmósfera de descrédito como mostró Antonio de Guevara en su “Menosprecio de Corte y alabanza de aldea:

“¡Dios te guarde mundo!, pues en tu palacio abaten a los privados y subliman a los abatidos, pagan a los traidores y arrinconan a los leales, libran al malicioso y condenan al inocente, despiden al más sabio y dan salario al que es más necio, finalmente allí hacen todos todo lo que quieren y muy pocos lo que deben”.

Con diferencia de tres años morían ambos políticos; Olivares que una amarga queja “los españoles somos muy buenos debajo de rigurosa obediencia, mas en consintiéndonos somos los peores de todos”. Solo que, al fin y al cabo, en su gobernanza conciliaron religión y razón de Estado.

Benito Cantero Ruiz

Catedrático de Geografía  e Historia y Doctor en Antropología

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