Artículo de Opinión
Juan Miguel del Real, director general de Cooperativas Agro-alimentarias Castilla-La Mancha.
Durante varios años llevamos asistiendo a numerosos cambios en nuestro entorno social, político, económico y tecnológico que están provocando una rápida reformulación de las estrategias a las que tienen que enfrentarse tanto el medio rural como el sector agroalimentario y cooperativo en particular.
El panorama actual.
El panorama actual no es muy halagüeño que digamos: la despoblación de amplias zonas de nuestra región, el creciente envejecimiento de la población del medio rural, la falta de relevo generacional en el sector agrario, la dificultad de acceso a la tierra y, sobre todo, al agua para los jóvenes agricultores, la creciente necesidad de inversión para dotar a la agricultura de la innovación tecnológica y mecanización que esta requiere, la incesante demonización de la agricultura y la ganadería por amplios sectores de la sociedad como la causante de todos los males climáticos y ambientales del planeta, y un largo etcétera de frenos, amenazas y factores limitantes que acompañan desde hace décadas al sector primario.
Los datos.
Los datos son igualmente preocupantes: solo el 3,5% de las explotaciones son titularidad de menores de 35 años (por debajo de la media europea que se sitúa en el 5,1%); solo el 9% de los perceptores de la PAC son menores de 40 años; en Castilla-La Mancha el 42% de los perceptores PAC es mayor de 65 años. Si nos centramos en las cooperativas agroalimentarias los datos son igualmente elocuentes: el 35% de los socios de nuestras cooperativas son mayores de 65 años; el 25% está en el tramo de 55 a 65 años y solo el 8,5% de los socios actuales es menor de 35 años.
Los socios se irán jubilando, vendiendo sus explotaciones, arrendándolas para placas solares o, simplemente, abandonándolas por falta de relevo. Cada vez habrá menos socios y lo que queden serán más grandes y, por tanto, menos necesitados de la cooperativa para salir al mercado ellos solos o en compañía de otros iguales. Si eso ocurre, que ocurrirá, las cooperativas perderán explotaciones, producciones y las cuentas no saldrán, provocando que incluso los más fieles al modelo se vean abocados a buscar soluciones alternativas que les alejarán de las cooperativas tal y como las concebimos a día de hoy. Entonces, el camino no tendrá retorno.
¿Amenaza u oportunidad?.
En este entorno, muchas Cooperativas solo verán amenazas y su decisión será el lamento y la resignación “hasta que el cuerpo aguante”; otras, por el contrario, pasarán a la acción y tratarán convertir las amenazas en oportunidades, abordando un proceso de cambio en su modelo que, sin ser fácil, será la única manera de poder salir airosos de este nuevo escenario.
Es claro que nadie puede a estas alturas cuestionar el importantísimo papel que han jugado las cooperativas agroalimentarias en las vertebración de nuestro sector primario, especialmente a la hora de generar estructuras colectivas capaces de transformar y poner el mercado las cosechas de los más de 157.000 socios que, a día de hoy, conforman la base social de nuestras más de 550 cooperativas.
El necesario cambio de modelo.
Pero nada es eterno ni infinito, el modelo histórico del cooperativismo se está agotando y las cooperativas deben cambiar urgentemente para poder seguir generando valor en el futuro. Las cooperativas ya no puede conformarse únicamente con esperar pacientes a que lleguen las cosechas de sus socios para iniciar su proceso de trabajo. Las cooperativas deben tomar conciencia de la situación en la que nos encontramos e iniciar desde ya un cambio en el modelo.
Para ello deben salir de su zona de confort (que hasta ahora lo ha sido la nada despreciable función de transformación y comercialización de los productos entregados por los socios) y tendrán que adentrarse y formar parte más pronto que tarde de la fase de la producción primaria. Tendrá que liderar la alternativa que se ha de ofrecer a aquellos socios que se jubilen y no tengan relevo generacional asumiendo la gestión de esas explotaciones, bien directamente mediante iniciativas de explotación en común de tierras pilotadas desde la propia cooperativa o bien como plataforma para que jóvenes que quieran incorporarse a la agricultura o ampliar sus explotaciones puedan, junto a la propia cooperativa, acceder a trabajar la tierra que otros ya cultivaron. Eso sí, haciéndolas más rentables y competitivas, incorporando para ello reconversión varietal, cambio en el manejo de los cultivos, innovación, mecanización y digitalización, y siempre con el objetivo de que la cooperativa mantenga los efectivos productivos vinculados a su actividad y pueda mantener la capacidad productiva adecuada capaz de seguir generando valor y riqueza en el medio rural y asegurar su viabilidad futura.
Esto ya no es un reto de futuro, es una necesidad del presente y quien no lo vea estará resignándose a sufrir una amenaza cada vez más inevitable y, lo que es peor, perderá el tren de la oportunidad que cada vez es más evidente.