La RAE define la envidia como tristeza o pesar del bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee. Huésped perverso que intenta pasar desapercibido en nuestras vidas; es tan destructora que la Biblia la compara con la carcoma de los huesos. Proverbios 14:30 dice: “El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos”.
Cuando ésta surge y se le permite vivir y crecer en nuestros corazones, trae consigo terribles consecuencias. De esto podemos ver muchos ejemplos en la Biblia. Caín mató a su hermano Abel por causa de la envidia. Los hijos de Jacob abrigaban envidia contra su hermano José. Coré, Datán y Abiram abrazaron la envidia al comparar sus privilegios con los de Moisés y Aaron, llegando a acusar a Moisés de querer hacerse “príncipe” y ponerse por encima de los demás. Cuando Saúl sintió envidia de David, fue asesinado en la batalla. El rey sabio, Salomón, pudo ver que la envidia no tiene límites cuando una mujer, cuyo recién nacido había muerto, intentó que otra madre creyera que el bebé fallecido era el suyo.
Cual cizaña se mete en el ser humano para echar a perder el gozo que debería experimentar cuando otros lograr algún bien. Es un veneno que corroe y que tuvieron en común Napoleón, Julio César, Alejandro Magno, Salieri… “Napoleón envidiaba a César, éste a Alejandro y Alejandro a Hércules, que nunca existió” (B. Russel) ¡Qué satisfacción tan grande sentiría Salieri al ver el final de su envidiado Mozart!
La envidia divide a las personas; destruye las relaciones, causa discordia, crea espíritu de amargura y maldad. Hace que la gente diga y haga cosas de maneras tóxicas. ¡Qué desperdicio de tiempo, de oportunidades y de gozo quien se siente incómodo cuando alguien que conoce logra un éxito, real o forjado en la mente del envidioso!
Benito Cantero Ruiz. Catedrático de Geografía e Historia y Doctor en Antropología