El lunes diez es la fecha elegida para regresar a las aulas y continuar con el curso que arrancaba, hace ahora tres meses. Continuar es más complicado que comenzar, precisamente porque ya navegábamos a velocidad de crucero. Justo cuando mejor estábamos, vino el parón y ahora es el momento de alcanzar el ritmo previo, lo antes posible.
A pocas horas del relanzamiento, no sabemos qué situación nos encontraremos. Cabe la posibilidad de que el número de clientes (nuestros queridos estudiantes) y proveedores (docentes) pueda estar diezmado por las bajas de una ómicron que se ha hecho muy popular entre hogares y empresas. En tal caso, retomar el rumbo será más difícil aún. A continuación, les propongo un relato, inspirado en una de las muchas posibilidades que tenemos ante nosotros (muy remota, espero):
—Auguraba frío, pero esto… —pensé, al tiempo que encendía las luces de la sala de profesores, habitualmente desierta a primera hora.
En estas fechas, viniendo de un parón largo como son las navidades, es normal encontrar el IES helado. A pesar de la temperatura, extremadamente baja, abrí las ventanas para ventilar la sala. No tardé en acercarme a la mesa donde se ubica el cuaderno de guardias. Asombrosamente, no había ningún compañero apuntado. Me pareció increíble no contar con bajas el primer día de trabajo, con la que estaba cayendo. El timbre sonó. Las ocho y media. Salí hacia el aula, no sin antes comprobarlo en el horario.
Embelesado en las mil y una cosas que había que volver a poner en marcha, no caí en la cuenta hasta que llegué a clase. Allí no había nadie. Es más, ninguna persona se cruzó conmigo en todo el trayecto. El IES seguía a oscuras.
¿Han visto ustedes alguna vez un instituto vacío? Les aseguro que es terrorífico. Debe ser algo parecido a quedarse encerrado, durante un fin de semana, en el edificio de la Seguridad Social. Lo cierto es que estaba completamente solo.
Decidí caminar hasta los despachos de los jefes. De paso, preguntaría a los conserjes. Al salir del aulario me fijé en el patio, desierto. Miré hacia las dependencias de jefatura. No parecía haber luz, tampoco en consejería. Instantes más tarde, comprobaba que las dependencias estaban vacías. Saqué el móvil: lunes, diez de enero, ocho y treinta y seis minutos de la mañana. No. No me había equivocado.
Sentí un escalofrío cuando la puerta metálica de la entrada a consejería se cerró tras de mí, debido a la corriente. Todas las máquinas fotocopiadoras estaban apagadas y los armarios de llaves, cerrados. Salí nervioso de aquella habitación. Las escaleras hacia las aulas de ESO quedaban justo delante de mí. Al comenzar a subirlas, las luces se encendieron automáticamente. Aun sabiendo que, probablemente, allí no había un alma, me sentí aliviado al escuchar el relampagueo de los fluorescentes. Aula por aula, pude confirmar mis sospechas. Era el único docente en el IES.
Bajé por el ala contraria, giré la vista hacia la derecha y lo vi. Estaba casi tan asustado como yo. Quieto, pegado a su mochila, Alonso soltó aire al verme. Se había quedado congelado mientras escuchaba mis pasos descender por la escalera, acercándose. Nos reconocimos y, sin mediar palabra, sentimos un alivio mutuo.
—¡Llegas tarde! —le dije, tratando de bromear.
—¿Vamos a dar clase? —preguntó, incrédulo.
Pasados cinco minutos, Alonso copiaba en el cuaderno el último ejercicio que se nos quedó en la pizarra, veinte días atrás.
—¡La capitalización compuesta ha aguantado bien el paso del tiempo! A ver, Alonso. Si hace tres semanas, teníamos un capital de 1.234 euros, que había sido colocado al 1,25 por ciento anual compuesto durante veintitrés meses y una semana, dime ¿qué montante habremos conseguido a día de hoy?
Alonso no se lo podía creer. Me había dicho varias veces que quería irse a casa, pues todo Socuéllamos estaba confinado por la ómicron.
—¡Todo Socuéllamos menos tú y yo, Alonso! —le señalé, haciéndome el loco. En realidad, lo que yo no quería era volver a quedarme sólo en mitad de aquel yermo. El IES Fernando de Mena nunca fue bonito, pero vacío, no se lo deseo a nadie.
Por cierto, Alonso resolvió con elegancia la actividad propuesta.
Montante conseguido = 1.234·(1,0125)2=1.265,04 euros.
Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos). Escribe relatos en su blog Marlentina.