“Desbrozando algunos hitos de la Historia de España (II)” de Benito Cantero

Retomemos nuestro relato para analizar y “desbrozar” algunos de esas falsas cosmovisiones, como dejábamos apuntado en el artículo anterior.

La visión de España como la de una gran decadencia. Pero esto no es así, sino que la idea fue fruto del “noventaiochismo”, que elaboró una Historia para resolver los problemas que habían surgido a los españoles. Por tanto, hay que hablar, más bien, de historia de España como solución. Fruto de ese pesimismo del que la literatura y la pintura se han hecho fuertes en el llanto, lo  leemos en el soneto de  Quevedo: “Miré los muros de la Patria mía,// si un tiempo fuertes, ya desmoronados,//de la carrera cansados,//por quien caduca ya su valentía. ..”[1]; y lo vemos en la pintura de Valdés Leal o Velázquez. En “Las Meninas” emana una profunda melancolía, desde la luz del cuadro hasta el ajado rostro de Felipe IV, reflejado en el espejo del fondo.

Sin embargo, el 98 abrió las puertas a un renacer económico, cultural…, enlazando con la generación del 27, generación frustrada por la guerra del 36. En fin, una imagen doliente de España que no se ajusta absolutamente a la realidad.

En segundo lugar, la imagen de Castilla como “rancia”, arcaica, anticuada frente a la dinámica y moderna periferia. Igualmente, esta visión de Castilla también se forja desde la periferia en el 98. Por ejemplo, si Valentí Almirall habla de los castellanos como vagos, Sabino Arana va más allá con perlas como estas: «El vizcaíno es emprendedor […]; el español nada emprende, a nada se atreve, para nada vale (examinad el estado de sus colonias). El vizcaíno no vale para servir, ha nacido para ser señor; el español no ha nacido para más que para ser vasallo y siervo […]. El vizcaíno degenera en carácter si roza con el extraño; el español necesita de cuando en cuando una invasión extranjera que le civilice […]Gran número de ellos parece testimonio irrecusable de la teoría de Darwin, pues más que hombres semejan simios poco menos bestias que el gorila: no busquéis en sus rostros la expresión de la inteligencia humana ni de virtud alguna; su mirada sólo revela idiotismo y brutalidad […]Oídle hablar a un bizkaino, y escuchareis la más eufórica, moral y culta de las lenguas; oídle a un español, y si solo le oís rebuznar, podéis estar satisfechos, pues el asno no profiere voces indecentes ni blasfemias»[2]. Sin embargo, otro vasco como Zuloaga decía: “…Sólo pinto Castilla porque son las imágenes más intensas de España”.

Podemos contemplar que, en la historia contemporánea reciente, los mitos se refugiaron  en dos de las periferias de España, las Provincias Vascongadas y Cataluña, ya que los nacionalismos vasco y catalán beben de lo más conservador del S. XIX. Por lo que hay que desechar la idea de que en esas periferias todo ha sido liberalismo y republicanismo. Abocada queda Castilla, una vez más, a ser la gran perdedora[3].  

Estamos ante la imagen de España cual espejo roto. Por un lado los siglos XVI y XVII españoles que no gustaron en Europa, por otro el Romanticismo del S. XIX que se inventó países y se inventó también la España de Carmen, las cigarreras, del faralae. Aquel tejido de tipismos se debió a que en Europa, oriente se puso de moda y se consideró que algo parecido se podía encontrar en España. No olvidemos la lapidaria frase, atribuida a Alejandro Dumas, de “África empieza en los Pirineos” [4].

En tercer lugar, la idea del héroe armado, de la violencia y ¿cómo no? la sempiterna y recurrente Inquisición (eso sí, exclusivamente la española) en un país fuertemente religioso, donde el matar o morir encontraba la legitimación de la Iglesia. Incluso debemos ir más allá, la violencia de la clase obrera, por el mito de la huelga; la violencia del “salvapatrias”, como el etarra que es capaz de “dar la vida por su patria”.

Por último, el autogobierno. Si en el S. XIX la constitución resolvía todo, desde la Transición (¿y  qué decir de los momentos que estamos viviendo?) ese autogobierno es el que se presenta como el que responde y resuelve todo.

 Pero ahora nos preguntamos, ¿después del autogobierno qué?

Benito Cantero Ruiz. Catedrático de Geografía e Historia y Doctor en Antropología


  • [1] Osuna, William. Miré los muros de la España mía. Madrid. Monte Ávila. 2004

[2] ARANA GOIRI, Sabino. Bizkaitarra (Bilbao. 1893-1895) (Periódico). Bilbao: [s.n.], 1893-1895. En https://libutegibiltegi.bizkaia.eus/handle/20.500.11938/82143

[3] En estos  versos que escribió Quevedo, exponía sus quejas ante Felipe IV por la política tributaria del conde-duque de Olivares:

«En Navarra y Aragón
  no hay quien tribute un real;
  Cataluña y Portugal
  son de la misma opinión;
  sólo Castilla y León
  y el noble pueblo andaluz
  llevan a cuesta la cruz.
  Católica Majestad
  ten de nosotros piedad
  pues no te sirven los otros
  así como nosotros».

[4] Esta frase la atribuye el barón francés Charles Davillier, autor de un Viaje por España ilustrado por Gustavo Doré, a su compatriota Alejandro Dumas padre. Aunque el creador de Los Tres mosqueteros negó siempre en vida haber pronunciado esa sentencia, todavía de vez en cuando entre nosotros se le asigna la autoría. Muchos años después de muerto, Alejandro Dumas hijo, el de La dama de las camelias, se sintió obligado a salir en defensa de su padre declarando a un periodista español que “la famosa frase que se le atribuye, y en la que varía a su antojo la geografía colocando el estrecho de Gibraltar en la vertiente de los Pirineos, es apócrifa. No la hallará usted en ningún escrito suyo. Tanto mi padre como yo fuimos apasionados admiradores de España, a pesar de haber sido apedreados por el vecindario entero de un pueblo de la provincia de Granada de cuyo nombre no quiero acordarme”. En https://sge.org/exploraciones-y-expediciones/asi-nos-vieron/siglo-xix/la-polemica-visita-a-espana-de-alejandro-dumas/

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