El proyecto de 'resignificación' del Valle de los Caídos podría profanar los restos de Cástor Zarco

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El pasado 18 de diciembre, León XIV promulgó el decreto que reconoce el martirio del socuellamino Cástor Zarco, junto a otros diez compañeros sacerdotes, seminaristas y laicos. Se trata de nuevos mártires que se suman a los cientos de personas que fueron asesinadas in odium fidei —es decir, por odio a la fe— durante la persecución religiosa desencadenada en la II República y la Guerra Civil Española.

Los restos de cuatro de los once mártires, entre ellos los de Cástor Zarco, que serán próximamente beatificados reposan en la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, sin individualizar, ya que fueron recuperados de fosas comunes y trasladados posteriormente al recinto.

Esta circunstancia, según se explica en un artículo de José María Carrera publicado en Religión en Libertad*, podría provocar que los restos de Cástor Zarco se vean afectados por los procesos de exhumación previstos dentro del proyecto de 'resignificación' del Valle de los Caídos, impulsado en aplicación de la Ley de Memoria Democrática.

En la actualidad, en la Basílica reposan los restos de más de 33.000 personas de ambos bandos del conflicto.

Breve biografía de Cástor Zarco

Entre las provincias de Cuenca, Albacete y Ciudad Real, en la localidad agrícola y ganadera de Socuéllamos, nace, el 20 de febrero de 1913, el segundo de los hijos del matrimonio formado por Timoteo y Carmen. Es bautizado en la parroquia del pueblo con el nombre de Cástor.

Se trata de una familia humilde de jornaleros que no escatima esfuerzos para la formación de sus hijos. Para ello piden ayuda al maestro don Pedro José del Amo, quien había abierto una escuela en la que compaginaba la instrucción académica con una intensa vida de piedad. Aquel maestro, que dejó una profunda huella en el corazón de nuestro seminarista, será el instrumento elegido por Dios para que Cástor descubra su vocación. En el informe que le solicita el Obispado de Madrid antes de su admisión a la tonsura, el párroco de Socuéllamos afirma: «Desde sus primeros años ha demostrado inclinación al estado eclesiástico». Esta inclinación se ve reforzada por el ambiente religioso que se respira en su familia. Timoteo, su padre, y también Pedro José, su maestro, pertenecen a la Adoración Nocturna, calando así el ambiente eucarístico en el corazón del muchacho.

Don Pedro José prepara a Cástor para el ingreso en el Seminario, no solo espiritual, sino también materialmente: consigue para él una beca de media pensión y una benefactora que cubra el resto de los gastos. No se sabe con certeza si ingresó inicialmente en el Seminario de Ciudad Real y posteriormente se trasladó al Seminario Conciliar de Madrid. Lo cierto es que en este último se conserva su expediente desde segundo de Latín hasta cuarto de Teología. Son diez años de formación, truncados por la guerra. Alumno brillante, que combina su pasión por el saber con el espíritu de esfuerzo aprendido desde niño en una familia que ha de trabajar duramente para salir adelante, Cástor obtiene varios premios extraordinarios: uno por el estudio del Latín y otro por el de Teología Dogmática. El 6 de junio de 1936 recibe el subdiaconado en la capilla del Palacio Episcopal.

De las cartas enviadas a sus padres y conservadas por la familia se pueden extraer numerosos datos sobre la vida de Cástor en el Seminario y sobre el ambiente general en el que se formaban los futuros sacerdotes: partidos de fútbol entre filósofos y teólogos, el seminario de verano, ejercicios espirituales, la vivencia de las ordenaciones sacerdotales de los compañeros, las bodas de plata del Seminario en 1931 junto a la Novena a la Inmaculada, o la forma en que los seminaristas vivieron los momentos de tensión política, que en muchos casos se tradujeron en persecución religiosa, al residir en pleno corazón de la diócesis.

En 1934 tiene lugar una revolución huelguista, siendo el entorno del Seminario uno de los focos más virulentos de enfrentamiento entre los obreros y las fuerzas de seguridad. En octubre de ese año, Cástor escribe a sus padres: «Como saben ustedes, es quizá el sitio más estratégico de Madrid, porque dominado él se tiene dominado uno de los sitios más eficaces. Cayó en ello el Gobierno y situó aquí una guarnición de asalto pertrechada de mucha metralla. Pero no ha sido utilizada para nada. La revolución la hemos vivido a nuestro modo: sin clase. ¿Cómo iban a venir los profesores? Y asomados a las ventanas, viendo hacerse y deshacerse barricadas y oyendo sobre todo el tiroteo; ya oíamos tiros como quien oye llover. Creo que dispararían muchas veces al aire; había ratos en los que el estruendo semejaba el ruido de una traca. Los hemos tenido bien cerca [...]. Alguna bala llegó aquí, clavándose en el techo de una celda después de perforar el cristal y la recia madera de la ventana».

En 1936 escribe otra carta en la que relata a sus padres el ambiente que se vive en el interior del Seminario a pocos meses de verse obligado a abandonar la formación: «Hay varios que tienen a su padre o a su hermano en la cárcel y algún caso hay de saberlo todos menos él: el padre de uno que, por defender una finca de la que es guarda, tuvo que hacer fuego... Los hermanos de otros andan sin poder dormir en casa porque andan tras ellos [...] Tres días de tranquilidad aquí es algo casi sospechoso».

No cabe duda de que, en los ejercicios espirituales que inicia pocos días después como preparación para su ordenación de subdiácono, revive una y otra vez los acontecimientos que narra a sus padres y que dibujan el ambiente en el que desea consagrarse como sacerdote.

«El 18 de julio de 1936, estábamos comiendo en el seminario de Madrid. Bajó el portero para decirnos que estaban las turbas para apoderarse del seminario. Enseguida nos fuimos a la capilla a consumir las Sagradas Especies; y, vestidos de paisano, tuvimos que salir por la puerta posterior que había en la huerta del seminario. Nos separamos, y cada uno se fue a su casa. Al día siguiente, el domingo 19 de julio, llamé al seminario preguntando si podía ir a celebrar la Santa Misa, y me contestó un miliciano diciendo que me iba a escabechar»: Este es un fragmento de una carta de Cástor Zarco que recoge José Francisco Guijarro en su libro Persecución religiosa y Guerra Civil. La Iglesia en Madrid, 1936-1939 

Haber vivido en Madrid con los milicianos a la puerta le sirvió de entrenamiento para soportar la reclusión en su propia casa, en el pueblo que lo vio nacer. El alcalde y otros dirigentes frentepopulistas han formado una columna de milicianos que actúa con gran virulencia en la zona, situándose frente a su domicilio. El 10 de agosto asaltan la iglesia parroquial, destruyen las imágenes y el retablo, y roban los vasos sagrados. Con lo que no consideran de valor hacen mofa: se disfrazan con los ornamentos y hacen chanza. Comienzan los asesinatos en el cementerio municipal y, al mismo tiempo, las presiones para alistarse en un batallón que se está formando con los jóvenes de la zona.

La vida de los pueblos tiene su propia idiosincrasia y todos saben que Cástor es seminarista. Sus padres temen por él, hasta el punto de enviarlo a Cuenca, concretamente a Villaescusa de Haro, a casa de un amigo izquierdista. Llega escondido en un carro. Allí nadie lo conoce, pero la paz dura poco. En 1937, el gobierno, ya trasladado a Valencia, publica una orden por la que deben incorporarse al ejército los reemplazos de 1932 a 1935. Cástor, del reemplazo de 1934, no tiene escapatoria.

Se incorpora a filas, concretamente a la Brigada móvil de choque “El Campesino”, de Madrid. De este periodo se conserva también su correspondencia con los padres, de gran valor para conocer sus vivencias. Tras varios traslados por distintos lugares de la Meseta, queda destinado en un cuartel de Alcalá de Henares. En sus cartas se percibe preocupación, pero no deja de animar a los demás: «Muchachos, confianza en Dios. Él sobre todo; y cada cual quedará en su puesto, si no en esta vida, en la otra. La esperanza y el optimismo son cristianos. La murria y la tristeza, no».

De pronto, las cartas cesan. No hay respuesta ni noticias. Nadie sabe qué ha ocurrido con Cástor, salvo que en sus últimas comunicaciones, escritas en clave, deja entrever que teme por su vida. El acta de defunción, inscrita el 6 de septiembre de 1941 en Alcázar de San Juan, certifica que Cástor «murió en Alcalá de Henares el 18 de septiembre de 1937, a las cinco horas, asesinado». No se conocen las circunstancias concretas de su muerte. Algunos testigos afirman que fue obligado a cavar su propia tumba.  Aunque sí consta que fue delatado por un paisano. Hasta en esto se asemejó a su Señor. Sus restos fueron enterrados en una fosa común y, más tarde, trasladados al Valle de los Caídos, sin individualización.De la fama de martirio de Cástor dan testimonio su inclusión, desde el principio, en el Boletín de la diócesis que recoge el martirologio diocesano, así como la actuación de sus paisanos, que en cuanto tuvieron noticia de su asesinato lo consideraron mártir y recogieron y conservaron todas sus pertenencias. «El consuelo que tengo es que lo perdí por bueno», dirá su madre en un homenaje tributado a su hijo por el pueblo de Socuéllamos.

*https://www.religionenlibertad.com/espana/251220/resignificacion-valle-caidos-podria-profanar-4-nuevos-martires-leon-xiv_115605.html

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El proyecto de 'resignificación' del Valle de los Caídos podría profanar los restos de Cástor Zarco

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El pasado 18 de diciembre, León XIV promulgó el decreto que reconoce el martirio del socuellamino Cástor Zarco, junto a otros diez compañeros sacerdotes, seminaristas y laicos. Se trata de nuevos mártires que se suman a los cientos de personas que fueron asesinadas in odium fidei —es decir, por odio a la fe— durante la persecución religiosa desencadenada en la II República y la Guerra Civil Española.

Los restos de cuatro de los once mártires, entre ellos los de Cástor Zarco, que serán próximamente beatificados reposan en la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, sin individualizar, ya que fueron recuperados de fosas comunes y trasladados posteriormente al recinto.

Esta circunstancia, según se explica en un artículo de José María Carrera publicado en Religión en Libertad*, podría provocar que los restos de Cástor Zarco se vean afectados por los procesos de exhumación previstos dentro del proyecto de 'resignificación' del Valle de los Caídos, impulsado en aplicación de la Ley de Memoria Democrática.

En la actualidad, en la Basílica reposan los restos de más de 33.000 personas de ambos bandos del conflicto.

Breve biografía de Cástor Zarco

Entre las provincias de Cuenca, Albacete y Ciudad Real, en la localidad agrícola y ganadera de Socuéllamos, nace, el 20 de febrero de 1913, el segundo de los hijos del matrimonio formado por Timoteo y Carmen. Es bautizado en la parroquia del pueblo con el nombre de Cástor.

Se trata de una familia humilde de jornaleros que no escatima esfuerzos para la formación de sus hijos. Para ello piden ayuda al maestro don Pedro José del Amo, quien había abierto una escuela en la que compaginaba la instrucción académica con una intensa vida de piedad. Aquel maestro, que dejó una profunda huella en el corazón de nuestro seminarista, será el instrumento elegido por Dios para que Cástor descubra su vocación. En el informe que le solicita el Obispado de Madrid antes de su admisión a la tonsura, el párroco de Socuéllamos afirma: «Desde sus primeros años ha demostrado inclinación al estado eclesiástico». Esta inclinación se ve reforzada por el ambiente religioso que se respira en su familia. Timoteo, su padre, y también Pedro José, su maestro, pertenecen a la Adoración Nocturna, calando así el ambiente eucarístico en el corazón del muchacho.

Don Pedro José prepara a Cástor para el ingreso en el Seminario, no solo espiritual, sino también materialmente: consigue para él una beca de media pensión y una benefactora que cubra el resto de los gastos. No se sabe con certeza si ingresó inicialmente en el Seminario de Ciudad Real y posteriormente se trasladó al Seminario Conciliar de Madrid. Lo cierto es que en este último se conserva su expediente desde segundo de Latín hasta cuarto de Teología. Son diez años de formación, truncados por la guerra. Alumno brillante, que combina su pasión por el saber con el espíritu de esfuerzo aprendido desde niño en una familia que ha de trabajar duramente para salir adelante, Cástor obtiene varios premios extraordinarios: uno por el estudio del Latín y otro por el de Teología Dogmática. El 6 de junio de 1936 recibe el subdiaconado en la capilla del Palacio Episcopal.

De las cartas enviadas a sus padres y conservadas por la familia se pueden extraer numerosos datos sobre la vida de Cástor en el Seminario y sobre el ambiente general en el que se formaban los futuros sacerdotes: partidos de fútbol entre filósofos y teólogos, el seminario de verano, ejercicios espirituales, la vivencia de las ordenaciones sacerdotales de los compañeros, las bodas de plata del Seminario en 1931 junto a la Novena a la Inmaculada, o la forma en que los seminaristas vivieron los momentos de tensión política, que en muchos casos se tradujeron en persecución religiosa, al residir en pleno corazón de la diócesis.

En 1934 tiene lugar una revolución huelguista, siendo el entorno del Seminario uno de los focos más virulentos de enfrentamiento entre los obreros y las fuerzas de seguridad. En octubre de ese año, Cástor escribe a sus padres: «Como saben ustedes, es quizá el sitio más estratégico de Madrid, porque dominado él se tiene dominado uno de los sitios más eficaces. Cayó en ello el Gobierno y situó aquí una guarnición de asalto pertrechada de mucha metralla. Pero no ha sido utilizada para nada. La revolución la hemos vivido a nuestro modo: sin clase. ¿Cómo iban a venir los profesores? Y asomados a las ventanas, viendo hacerse y deshacerse barricadas y oyendo sobre todo el tiroteo; ya oíamos tiros como quien oye llover. Creo que dispararían muchas veces al aire; había ratos en los que el estruendo semejaba el ruido de una traca. Los hemos tenido bien cerca [...]. Alguna bala llegó aquí, clavándose en el techo de una celda después de perforar el cristal y la recia madera de la ventana».

En 1936 escribe otra carta en la que relata a sus padres el ambiente que se vive en el interior del Seminario a pocos meses de verse obligado a abandonar la formación: «Hay varios que tienen a su padre o a su hermano en la cárcel y algún caso hay de saberlo todos menos él: el padre de uno que, por defender una finca de la que es guarda, tuvo que hacer fuego... Los hermanos de otros andan sin poder dormir en casa porque andan tras ellos [...] Tres días de tranquilidad aquí es algo casi sospechoso».

No cabe duda de que, en los ejercicios espirituales que inicia pocos días después como preparación para su ordenación de subdiácono, revive una y otra vez los acontecimientos que narra a sus padres y que dibujan el ambiente en el que desea consagrarse como sacerdote.

«El 18 de julio de 1936, estábamos comiendo en el seminario de Madrid. Bajó el portero para decirnos que estaban las turbas para apoderarse del seminario. Enseguida nos fuimos a la capilla a consumir las Sagradas Especies; y, vestidos de paisano, tuvimos que salir por la puerta posterior que había en la huerta del seminario. Nos separamos, y cada uno se fue a su casa. Al día siguiente, el domingo 19 de julio, llamé al seminario preguntando si podía ir a celebrar la Santa Misa, y me contestó un miliciano diciendo que me iba a escabechar»: Este es un fragmento de una carta de Cástor Zarco que recoge José Francisco Guijarro en su libro Persecución religiosa y Guerra Civil. La Iglesia en Madrid, 1936-1939 

Haber vivido en Madrid con los milicianos a la puerta le sirvió de entrenamiento para soportar la reclusión en su propia casa, en el pueblo que lo vio nacer. El alcalde y otros dirigentes frentepopulistas han formado una columna de milicianos que actúa con gran virulencia en la zona, situándose frente a su domicilio. El 10 de agosto asaltan la iglesia parroquial, destruyen las imágenes y el retablo, y roban los vasos sagrados. Con lo que no consideran de valor hacen mofa: se disfrazan con los ornamentos y hacen chanza. Comienzan los asesinatos en el cementerio municipal y, al mismo tiempo, las presiones para alistarse en un batallón que se está formando con los jóvenes de la zona.

La vida de los pueblos tiene su propia idiosincrasia y todos saben que Cástor es seminarista. Sus padres temen por él, hasta el punto de enviarlo a Cuenca, concretamente a Villaescusa de Haro, a casa de un amigo izquierdista. Llega escondido en un carro. Allí nadie lo conoce, pero la paz dura poco. En 1937, el gobierno, ya trasladado a Valencia, publica una orden por la que deben incorporarse al ejército los reemplazos de 1932 a 1935. Cástor, del reemplazo de 1934, no tiene escapatoria.

Se incorpora a filas, concretamente a la Brigada móvil de choque “El Campesino”, de Madrid. De este periodo se conserva también su correspondencia con los padres, de gran valor para conocer sus vivencias. Tras varios traslados por distintos lugares de la Meseta, queda destinado en un cuartel de Alcalá de Henares. En sus cartas se percibe preocupación, pero no deja de animar a los demás: «Muchachos, confianza en Dios. Él sobre todo; y cada cual quedará en su puesto, si no en esta vida, en la otra. La esperanza y el optimismo son cristianos. La murria y la tristeza, no».

De pronto, las cartas cesan. No hay respuesta ni noticias. Nadie sabe qué ha ocurrido con Cástor, salvo que en sus últimas comunicaciones, escritas en clave, deja entrever que teme por su vida. El acta de defunción, inscrita el 6 de septiembre de 1941 en Alcázar de San Juan, certifica que Cástor «murió en Alcalá de Henares el 18 de septiembre de 1937, a las cinco horas, asesinado». No se conocen las circunstancias concretas de su muerte. Algunos testigos afirman que fue obligado a cavar su propia tumba.  Aunque sí consta que fue delatado por un paisano. Hasta en esto se asemejó a su Señor. Sus restos fueron enterrados en una fosa común y, más tarde, trasladados al Valle de los Caídos, sin individualización.De la fama de martirio de Cástor dan testimonio su inclusión, desde el principio, en el Boletín de la diócesis que recoge el martirologio diocesano, así como la actuación de sus paisanos, que en cuanto tuvieron noticia de su asesinato lo consideraron mártir y recogieron y conservaron todas sus pertenencias. «El consuelo que tengo es que lo perdí por bueno», dirá su madre en un homenaje tributado a su hijo por el pueblo de Socuéllamos.

*https://www.religionenlibertad.com/espana/251220/resignificacion-valle-caidos-podria-profanar-4-nuevos-martires-leon-xiv_115605.html

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