Entrega de premios del XVI Certamen Nacional de Poesía 'Carmen Arias'

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Este jueves 13 de febrero se ha entregado el premio del XVI Certamen Nacional de Poesía 'Carmen Arias', en el Museo Torre del Vino a José Antonio Gago Martín. Ha contado con la asistencia de Salomé Carrión, concejal de educación y cultura, José Luis Romero del Hombrebueno, teniente-alcalde del ayuntamiento de Socuéllamos, los concejales del grupo socialista de la oposición, Carmen Mateo y Jesús Daniel Mateo además de la técnico de la Universidad Popular, Lola Zaldívar.

El acto, que ha sido amenizado por la actuación del barítono socuellamino José Manuel Padilla Trillo y el pianista tomellosero José María García Bonillo, se ha desarrollado con el siguiente orden:

La poesía ganadora de D. José Antonio Gago Martín dice así:

EN MI HATILLO DE NÓMADA

  Uno arrastra consigo su destino.

En mi hatillo de nómada

sólo guardo el bagaje imprescindible,

la insustancial etapa del soldado.

Pero hay sombras que pesan sin remedio,

sin modo de dejarlas en el agua

aunque frote la piel con piel con piedra pómez:

las viejas cicatrices, los caminos errados,

la memoria que vuelve como una foto sepia

cuando cierro los ojos…

  –Tus besos aún conservan–me decías–

un rastro de camino y mermelada.

–Serán aquellas fresas

salvajes que encontraba, cuando niño,

entre las hierbas moras y las zarzas.

  –Tus ojos avellana me revelan

un gesto de extravío, sombra, acaso,

de animal asustado.

– Son los bosques aquellos–respondía–

guardados por el lobo y las leyendas.

  –Tus pasos sigilosos acompañan

el ritmo de las botas militares,

los sonoros repiques de la gloria.

–Mi corazón no sigue más tambores

que su propio latido.

  Con esas sombras cargo

y es tan sólo la inercia del camino,

de regreso a la paz de la rutina,

quien me ofrece una tregua:

devuelvo la nostalgia a los cajones

de mi anciana memoria de aldeano,

mientras las fauces ciegas de las timbas

devoran corazones, en penumbra,

como los ogros malos de los cuentos.

Y a veces resplandecen,

como estatuas bruñidas por las llamas,

los retazos de bronce de la carne,

fugaz y migratoria.

Ya no acerco mis dedos 

a ese triste calor, pues me lo veta

la nostalgia de las fresas salvajes.

  –¿Y no es el mismo aire –me preguntan–

éste que respiramos?

¿Éste de dedos ásperos que a todos nos despeina

con su torpe caricia?

  En silencio me siento al borde del camino,

como única respuesta,

para borrar las huellas con la mano

y dibujar las formas más sencillas:

un corazón, un árbol, una cueva…

  –No te engañes –me dicen alejándose–,

las manos de los niños aún no tienen

arena del sendero y sangre fresca.

  Ahora ya he escuchado ese siseo

con que imponen silencio las guadañas,

he oído a las urracas

hacer de plañideras,

he visto vencedores

luchar por los despojos como perros…

  Pero yo no quería venir a esta campaña,

a mí me reclutaron a la fuerza.

Yo me hubiera quedado 

allí, junto al arroyo,

dejándome peinar por unos dedos

con el tacto inocente

de las fresas salvajes.

Me habrían iniciado 

en los ritos del fuego

para ahuyentar los lobos de la noche.

Y así hubiera afrontado

con honor mi destino:

pintar en las paredes

bisontes y caballos, danzarinas

y arqueros, espirales…,

igual que se hizo siempre.

Y, extinguida la luz de las antorchas,

dejar el corazón

en el humilde cuenco de tus manos

igual que los guerreros de otro tiempo.

Aquí compartimos una galería de imágenes del evento:

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Entrega de premios del XVI Certamen Nacional de Poesía 'Carmen Arias'

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Este jueves 13 de febrero se ha entregado el premio del XVI Certamen Nacional de Poesía 'Carmen Arias', en el Museo Torre del Vino a José Antonio Gago Martín. Ha contado con la asistencia de Salomé Carrión, concejal de educación y cultura, José Luis Romero del Hombrebueno, teniente-alcalde del ayuntamiento de Socuéllamos, los concejales del grupo socialista de la oposición, Carmen Mateo y Jesús Daniel Mateo además de la técnico de la Universidad Popular, Lola Zaldívar.

El acto, que ha sido amenizado por la actuación del barítono socuellamino José Manuel Padilla Trillo y el pianista tomellosero José María García Bonillo, se ha desarrollado con el siguiente orden:

La poesía ganadora de D. José Antonio Gago Martín dice así:

EN MI HATILLO DE NÓMADA

  Uno arrastra consigo su destino.

En mi hatillo de nómada

sólo guardo el bagaje imprescindible,

la insustancial etapa del soldado.

Pero hay sombras que pesan sin remedio,

sin modo de dejarlas en el agua

aunque frote la piel con piel con piedra pómez:

las viejas cicatrices, los caminos errados,

la memoria que vuelve como una foto sepia

cuando cierro los ojos…

  –Tus besos aún conservan–me decías–

un rastro de camino y mermelada.

–Serán aquellas fresas

salvajes que encontraba, cuando niño,

entre las hierbas moras y las zarzas.

  –Tus ojos avellana me revelan

un gesto de extravío, sombra, acaso,

de animal asustado.

– Son los bosques aquellos–respondía–

guardados por el lobo y las leyendas.

  –Tus pasos sigilosos acompañan

el ritmo de las botas militares,

los sonoros repiques de la gloria.

–Mi corazón no sigue más tambores

que su propio latido.

  Con esas sombras cargo

y es tan sólo la inercia del camino,

de regreso a la paz de la rutina,

quien me ofrece una tregua:

devuelvo la nostalgia a los cajones

de mi anciana memoria de aldeano,

mientras las fauces ciegas de las timbas

devoran corazones, en penumbra,

como los ogros malos de los cuentos.

Y a veces resplandecen,

como estatuas bruñidas por las llamas,

los retazos de bronce de la carne,

fugaz y migratoria.

Ya no acerco mis dedos 

a ese triste calor, pues me lo veta

la nostalgia de las fresas salvajes.

  –¿Y no es el mismo aire –me preguntan–

éste que respiramos?

¿Éste de dedos ásperos que a todos nos despeina

con su torpe caricia?

  En silencio me siento al borde del camino,

como única respuesta,

para borrar las huellas con la mano

y dibujar las formas más sencillas:

un corazón, un árbol, una cueva…

  –No te engañes –me dicen alejándose–,

las manos de los niños aún no tienen

arena del sendero y sangre fresca.

  Ahora ya he escuchado ese siseo

con que imponen silencio las guadañas,

he oído a las urracas

hacer de plañideras,

he visto vencedores

luchar por los despojos como perros…

  Pero yo no quería venir a esta campaña,

a mí me reclutaron a la fuerza.

Yo me hubiera quedado 

allí, junto al arroyo,

dejándome peinar por unos dedos

con el tacto inocente

de las fresas salvajes.

Me habrían iniciado 

en los ritos del fuego

para ahuyentar los lobos de la noche.

Y así hubiera afrontado

con honor mi destino:

pintar en las paredes

bisontes y caballos, danzarinas

y arqueros, espirales…,

igual que se hizo siempre.

Y, extinguida la luz de las antorchas,

dejar el corazón

en el humilde cuenco de tus manos

igual que los guerreros de otro tiempo.

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