San Miguel Arcángel.

Estudio hagioiconográfico de Benito Cantero Ruiz, Catedrático de Gª e Historia y Dr. en Antropología.

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El nombre de Miguel, en hebreo, significa “Quien como Dios” y según la tradición es el ángel protector del pueblo de Israel (Dn 10, 21; Ex 23, 20-23); el que se enfrenta a Satanás, el acusador (Za 3,2; Judas, 9), y el que finalmente le expulsa del cielo junto a sus ángeles en una singular batalla cuando amenazaba al retoño de la Mujer apocalíptica (Ap 12, 1-10). Encarna, por tanto, el Bien en la lucha contra el Mal, y como capitán de las milicias celestiales protege a la Iglesia contra sus enemigos. El día del Juicio Final los muertos responderán a su llamada y resucitarán: “En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquel un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que los que se encuentren inscritos en el Libro” (Dn 12, 1) San Miguel, balanza en mano, disputará con el diablo el desino de cada alma: “…y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras […] y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego” (Ap 20,11, 15).
Tan importantes funciones explican la enorme difusión que alcanzó el culto a San Miguel a quien ya en el s. IV se le dedicaban santuarios en Egipto y Constantinopla. En el s. V llega su culto a Italia, concretamente al monte Gárgano, en Apulia, donde la tradición sitúa la aparición del arcángel en el año 492 a un pastor al que se le había extraviado un buey, lo halló en la cima del monte y quiso matarlo disparándole una flecha, pero ésta cambió su rumbo y fue a clavarse en el mismo arquero. San Miguel se apareció al obispo de la región para decirle que había decidido “morar en este lugar de la tierra y ampararlo con mi protección”.
Otras apariciones motivarían la construcción de importantes santuarios, todos situados en lugares elevados, lo que hay que relacionar con su función de psicopompo, es decir, conductor de las almas, que también se ele atribuye. A principios del s. VIII San Miguel se le aparece al obispo de Abranches, en el norte de Francia, y le ordena construir un santuario a seis millas de la ciudad. Un toro le señaló el lugar exacto donde debía edificarse; el lugar, situado en un monte rodeado de agua, no es otro que el Monte Saint Michel. También se le apareció al para Gregorio Magno en lo alto del mausoleo de Adriano, en Roma, enfundando una espada ensangrentada, indicando así que daba por terminada la peste que asolaba la ciudad. Dicho lugar es conocido como Castel Sant´Angelo, próximo a la basílica de San Pedro. En España, las apariciones más conocidas del arcángel se produjeron en Navarra y la Comunidad Valenciana. Los estudiosos de la angelología catalogan al menos tres de ellas. En Navarra, datan principalmente de los primeros años de la Reconquista (periodo comprendido entre 711 y 1492 en el que los reinos cristianos del norte lucharon por recuperar los territorios del sur de manos de los musulmanes), antes incluso de que los españoles se consagraran a Santiago. Según una arraigada tradición popular, San Miguel apareció en un lugar llamado Aralar, en los Pirineos. Allí existe un santuario dedicado a él, en la cima de una montaña donde se abre el valle del Araquil. El protagonista de la leyenda es Teodosio, un caballero navarro que vivió en tiempos del rey Witiza, en el siglo octavo. Descendiente del linaje de los Goñi, al casar con doña Constanza de Butrón y Vianda, pasó de vivir en la casa de sus padres o palacio viejo, a la casa de su esposa llamada Larrañarenetxea (casa de la era), ambas en el pueblo de Goñi, una pequeña localidad enclavada en las montañas que separan el valle del Araquil de la cuenca de Pamplona y de la tierra de Estella, dominando desde una alta ladera –Goñi, en euskera significa en lo alto– un paisaje compartido por los bosques y los campos de labor. Eran tiempos de guerra en que los pueblos del norte de la Península Ibérica se defendían de la invasión musulmana, y Teodosio hubo de abandonar su casa y marchar a la guerra. Tras una larga ausencia pudo volver a su valle natal y poco antes de avistar su pueblo, en el término conocido como Errotabidea (camino del molino, en euskera) se cruzó en el camino con un peregrino, que en realidad era el demonio disfrazado, quien le dijo que su esposa Constanza le era infiel con un criado y que este compartía con ella el lecho en la casa conyugal. Teodosio asesinó a su esposa y al darse cuenta de su error confesó su horrendo crimen al párroco Juan de Vergara y al obispo de Pamplona, Marcial, quienes le ordenaron ir a Roma como peregrino para pedir la absolución al Papa Juan VII, quien le impuso una severa penitencia: caminar con cadenas en los pies y vivir lejos de cualquier ciudad. El hombre regresó a España y vagó durante años por los Pirineos. Un día fue atacado por una criatura monstruosa y Teodosio puso su fe en San Miguel. El arcángel descendió del cielo con gran esplendor, portando una cruz en la cabeza, aniquiló al dragón y rompió las cadenas de Teodosio quien quedó así liberado de la penitencia y regresó con su familia a Goñi, donde dedicó el resto de su vida a difundir el culto a San Miguel. También se relata la protección del arcángel en un hecho milagroso ocurrido en un barrio de Valencia, la llamada «conversión de los moriscos». El historiador Gaspar Escolano, que vivió en el siglo XVII, narra que unos niños cristianos cogieron una efigie del arcángel y la llevaron a una mezquita: los infieles allí presentes, en lugar de reaccionar mal, se convirtieron al cristianismo en el acto. Los infieles eran los moros, los musulmanes invasores que habían conquistado Valencia y en 1521, año mencionado por Escolano, ocuparon el barrio donde tuvo lugar el milagro de San Miguel. Según el relato del historiador español, los niños fueron movidos por la «Divina Inspiración» cuando tomaron la imagen que representaba al arcángel, «y uniéndose a ellos otras personas, con grandes aclamaciones la llevaron a la Mezquita de los moros, que no se atrevieron a resistirles». Al producirse este milagro, los niños comenzaron a gritar: «Viva San Miguel, viva San Miguel y la fe de Jesucristo». Así pues, colocaron allí la efigie, y el día de san Dionisio, 17 de noviembre, se oficia una santa misa en la mezquita. A raíz de ello, un prelado local, Vincenzo Pérez, aprovechó la ocasión «para instar a aquellos moros a que se hicieran cristianos, y así sucedió. Todos los moros fueron bautizados y la mezquita fue consagrada y se convirtió en parroquia». Otra aparición del arcángel estaría relacionada con la construcción de la iglesia de San Miguel de los Navarros, en Zaragoza. Entre la leyenda y la realidad, la tradición cristiana cuenta una aparición de san Miguel al rey Alfonso I de Aragón, conocido como el Batallador, cuando en 1118 se decidió una cruzada para liberar Zaragoza de los moros. Los caballeros franceses, conocidos como Navarrini, también participaron en la empresa, y en mayo de ese año se puso sitio a la ciudad, que cayó el 18 de diciembre. Fue durante esta batalla cuando San Miguel «en medio de celestiales esplendores se apareció al Rey, y le hizo saber que había venido en socorro del ejército. Y en efecto, le favoreció con una espléndida victoria, de modo que tan pronto como la ciudad se rindió, se construyó un Templo, justo donde se apareció el Príncipe Seráfico, que se convirtió en una de las principales parroquias de Zaragoza». Una escultura de piedra de San Miguel derrotando al diablo domina la fachada, recordando metafóricamente la ayuda celestial del arcángel contra el mal (los moros) en la victoriosa reconquista de la ciudad.
Sus atributos iconográficos son la espada, recta o flamígera, balanza, palo largo rematado con una cruz, demonio a sus pies, armadura y escudo. Como en la imagen que estamos analizando se le representa alado, joven e imberbe, vistiendo ropas de alto dignatario o la armadura que le es propia como jefe de las milicias celestiales. En el arte bizantino suele llevar una esfera rematada con una cruz como símbolo de la protección que ejerce sobre el mundo cristiano. La imagen más frecuente en la iconografía de San Miguel es su lucha contra el diablo, a quien se representa como un dragón o una serpiente según el texto del Apocalipsis..
Esta imagen admite dos variantes, o bien el arcángel alancea al dragón con su báculo crucífero (nuestra imagen), o le amenaza espada en alto con la mano derecha, mientras que con la izquierda sujeta el escudo y el báculo. Otra imagen, también frecuenta, nos lo presenta pesando las almas del día de Juicio Final, aunque realmente no estaría ponderando almas distintas, sino pesando los méritos de cada hombre en un juicio personal, por eso aparece siempre el diablo intentando que la balanza se incline a su lado. La iconografía del Juicio Final debió quedar finada hacia el s. XI, y muy pronto se incluyó en ella a San Miguel con la abalanza1, símbolo universal de la equidad y justicia, utilizada como tal con anterioridad en Egipto, Grecia y Roma. En suma, que esta representación se generalizó durante el Románico, que hizo del Juicio Final el tema más importante de su iconografía. El Gótico añadió a estas escenas las aparciones del arcángel ligadas a sus lugares de culto.
La Iglesia latina lo celebra el 29 de septiembre, junto a los otros arcángeles San Gabriel y San Rafael. Su culto es casi universal2

Benito Cantero Ruiz, Catedrático de Gª e Historia y Dr. en Antropología.

1 También en el Antiguo Testamento se encuentra pasajes en los que la balanza aparece como el instrumento del que se servirá Dios para someternos a su juicio, por ejemplo: “¿He caminado junto a la mentira? ¿He apretado mi paso hacia la falsedad? ¡Péseme él en balanza de justicia, conozca Dios mi integridad!” (Jb 31, 5-6)
2 https://www.vaticannews.va/es/santos/09/29.html

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San Miguel Arcángel.

Estudio hagioiconográfico de Benito Cantero Ruiz, Catedrático de Gª e Historia y Dr. en Antropología.

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El nombre de Miguel, en hebreo, significa “Quien como Dios” y según la tradición es el ángel protector del pueblo de Israel (Dn 10, 21; Ex 23, 20-23); el que se enfrenta a Satanás, el acusador (Za 3,2; Judas, 9), y el que finalmente le expulsa del cielo junto a sus ángeles en una singular batalla cuando amenazaba al retoño de la Mujer apocalíptica (Ap 12, 1-10). Encarna, por tanto, el Bien en la lucha contra el Mal, y como capitán de las milicias celestiales protege a la Iglesia contra sus enemigos. El día del Juicio Final los muertos responderán a su llamada y resucitarán: “En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquel un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que los que se encuentren inscritos en el Libro” (Dn 12, 1) San Miguel, balanza en mano, disputará con el diablo el desino de cada alma: “…y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras […] y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego” (Ap 20,11, 15).
Tan importantes funciones explican la enorme difusión que alcanzó el culto a San Miguel a quien ya en el s. IV se le dedicaban santuarios en Egipto y Constantinopla. En el s. V llega su culto a Italia, concretamente al monte Gárgano, en Apulia, donde la tradición sitúa la aparición del arcángel en el año 492 a un pastor al que se le había extraviado un buey, lo halló en la cima del monte y quiso matarlo disparándole una flecha, pero ésta cambió su rumbo y fue a clavarse en el mismo arquero. San Miguel se apareció al obispo de la región para decirle que había decidido “morar en este lugar de la tierra y ampararlo con mi protección”.
Otras apariciones motivarían la construcción de importantes santuarios, todos situados en lugares elevados, lo que hay que relacionar con su función de psicopompo, es decir, conductor de las almas, que también se ele atribuye. A principios del s. VIII San Miguel se le aparece al obispo de Abranches, en el norte de Francia, y le ordena construir un santuario a seis millas de la ciudad. Un toro le señaló el lugar exacto donde debía edificarse; el lugar, situado en un monte rodeado de agua, no es otro que el Monte Saint Michel. También se le apareció al para Gregorio Magno en lo alto del mausoleo de Adriano, en Roma, enfundando una espada ensangrentada, indicando así que daba por terminada la peste que asolaba la ciudad. Dicho lugar es conocido como Castel Sant´Angelo, próximo a la basílica de San Pedro. En España, las apariciones más conocidas del arcángel se produjeron en Navarra y la Comunidad Valenciana. Los estudiosos de la angelología catalogan al menos tres de ellas. En Navarra, datan principalmente de los primeros años de la Reconquista (periodo comprendido entre 711 y 1492 en el que los reinos cristianos del norte lucharon por recuperar los territorios del sur de manos de los musulmanes), antes incluso de que los españoles se consagraran a Santiago. Según una arraigada tradición popular, San Miguel apareció en un lugar llamado Aralar, en los Pirineos. Allí existe un santuario dedicado a él, en la cima de una montaña donde se abre el valle del Araquil. El protagonista de la leyenda es Teodosio, un caballero navarro que vivió en tiempos del rey Witiza, en el siglo octavo. Descendiente del linaje de los Goñi, al casar con doña Constanza de Butrón y Vianda, pasó de vivir en la casa de sus padres o palacio viejo, a la casa de su esposa llamada Larrañarenetxea (casa de la era), ambas en el pueblo de Goñi, una pequeña localidad enclavada en las montañas que separan el valle del Araquil de la cuenca de Pamplona y de la tierra de Estella, dominando desde una alta ladera –Goñi, en euskera significa en lo alto– un paisaje compartido por los bosques y los campos de labor. Eran tiempos de guerra en que los pueblos del norte de la Península Ibérica se defendían de la invasión musulmana, y Teodosio hubo de abandonar su casa y marchar a la guerra. Tras una larga ausencia pudo volver a su valle natal y poco antes de avistar su pueblo, en el término conocido como Errotabidea (camino del molino, en euskera) se cruzó en el camino con un peregrino, que en realidad era el demonio disfrazado, quien le dijo que su esposa Constanza le era infiel con un criado y que este compartía con ella el lecho en la casa conyugal. Teodosio asesinó a su esposa y al darse cuenta de su error confesó su horrendo crimen al párroco Juan de Vergara y al obispo de Pamplona, Marcial, quienes le ordenaron ir a Roma como peregrino para pedir la absolución al Papa Juan VII, quien le impuso una severa penitencia: caminar con cadenas en los pies y vivir lejos de cualquier ciudad. El hombre regresó a España y vagó durante años por los Pirineos. Un día fue atacado por una criatura monstruosa y Teodosio puso su fe en San Miguel. El arcángel descendió del cielo con gran esplendor, portando una cruz en la cabeza, aniquiló al dragón y rompió las cadenas de Teodosio quien quedó así liberado de la penitencia y regresó con su familia a Goñi, donde dedicó el resto de su vida a difundir el culto a San Miguel. También se relata la protección del arcángel en un hecho milagroso ocurrido en un barrio de Valencia, la llamada «conversión de los moriscos». El historiador Gaspar Escolano, que vivió en el siglo XVII, narra que unos niños cristianos cogieron una efigie del arcángel y la llevaron a una mezquita: los infieles allí presentes, en lugar de reaccionar mal, se convirtieron al cristianismo en el acto. Los infieles eran los moros, los musulmanes invasores que habían conquistado Valencia y en 1521, año mencionado por Escolano, ocuparon el barrio donde tuvo lugar el milagro de San Miguel. Según el relato del historiador español, los niños fueron movidos por la «Divina Inspiración» cuando tomaron la imagen que representaba al arcángel, «y uniéndose a ellos otras personas, con grandes aclamaciones la llevaron a la Mezquita de los moros, que no se atrevieron a resistirles». Al producirse este milagro, los niños comenzaron a gritar: «Viva San Miguel, viva San Miguel y la fe de Jesucristo». Así pues, colocaron allí la efigie, y el día de san Dionisio, 17 de noviembre, se oficia una santa misa en la mezquita. A raíz de ello, un prelado local, Vincenzo Pérez, aprovechó la ocasión «para instar a aquellos moros a que se hicieran cristianos, y así sucedió. Todos los moros fueron bautizados y la mezquita fue consagrada y se convirtió en parroquia». Otra aparición del arcángel estaría relacionada con la construcción de la iglesia de San Miguel de los Navarros, en Zaragoza. Entre la leyenda y la realidad, la tradición cristiana cuenta una aparición de san Miguel al rey Alfonso I de Aragón, conocido como el Batallador, cuando en 1118 se decidió una cruzada para liberar Zaragoza de los moros. Los caballeros franceses, conocidos como Navarrini, también participaron en la empresa, y en mayo de ese año se puso sitio a la ciudad, que cayó el 18 de diciembre. Fue durante esta batalla cuando San Miguel «en medio de celestiales esplendores se apareció al Rey, y le hizo saber que había venido en socorro del ejército. Y en efecto, le favoreció con una espléndida victoria, de modo que tan pronto como la ciudad se rindió, se construyó un Templo, justo donde se apareció el Príncipe Seráfico, que se convirtió en una de las principales parroquias de Zaragoza». Una escultura de piedra de San Miguel derrotando al diablo domina la fachada, recordando metafóricamente la ayuda celestial del arcángel contra el mal (los moros) en la victoriosa reconquista de la ciudad.
Sus atributos iconográficos son la espada, recta o flamígera, balanza, palo largo rematado con una cruz, demonio a sus pies, armadura y escudo. Como en la imagen que estamos analizando se le representa alado, joven e imberbe, vistiendo ropas de alto dignatario o la armadura que le es propia como jefe de las milicias celestiales. En el arte bizantino suele llevar una esfera rematada con una cruz como símbolo de la protección que ejerce sobre el mundo cristiano. La imagen más frecuente en la iconografía de San Miguel es su lucha contra el diablo, a quien se representa como un dragón o una serpiente según el texto del Apocalipsis..
Esta imagen admite dos variantes, o bien el arcángel alancea al dragón con su báculo crucífero (nuestra imagen), o le amenaza espada en alto con la mano derecha, mientras que con la izquierda sujeta el escudo y el báculo. Otra imagen, también frecuenta, nos lo presenta pesando las almas del día de Juicio Final, aunque realmente no estaría ponderando almas distintas, sino pesando los méritos de cada hombre en un juicio personal, por eso aparece siempre el diablo intentando que la balanza se incline a su lado. La iconografía del Juicio Final debió quedar finada hacia el s. XI, y muy pronto se incluyó en ella a San Miguel con la abalanza1, símbolo universal de la equidad y justicia, utilizada como tal con anterioridad en Egipto, Grecia y Roma. En suma, que esta representación se generalizó durante el Románico, que hizo del Juicio Final el tema más importante de su iconografía. El Gótico añadió a estas escenas las aparciones del arcángel ligadas a sus lugares de culto.
La Iglesia latina lo celebra el 29 de septiembre, junto a los otros arcángeles San Gabriel y San Rafael. Su culto es casi universal2

Benito Cantero Ruiz, Catedrático de Gª e Historia y Dr. en Antropología.

1 También en el Antiguo Testamento se encuentra pasajes en los que la balanza aparece como el instrumento del que se servirá Dios para someternos a su juicio, por ejemplo: “¿He caminado junto a la mentira? ¿He apretado mi paso hacia la falsedad? ¡Péseme él en balanza de justicia, conozca Dios mi integridad!” (Jb 31, 5-6)
2 https://www.vaticannews.va/es/santos/09/29.html

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