Los pozos de Socuéllamos

Los progresos constantes de la humanidad se ven reflejados en los pueblos haciendo más fácil la vida cotidiana de sus habitantes. Uno de estos progresos que más podemos estimar es la facilidad con que hoy podemos disponer de abundante agua, con solo abrir un grifo, sin ningún esfuerzo, disponemos de  agua fría o caliente a nuestro antojo. Sin embargo, hace apenas 60 años, si queríamos agua teníamos que sacarla del pozo, con un cubo, tirando del cordel, que se deslizaba por la giratoria garrucha.

Pozo situado en el patio de la casa de Tirso Molina y Juliana Delgado, en el Paseo de la Concordia, en la fotografía aparece su hija Sofía con María Martínez de las Heras (foto Hermanos Reales)

Los pozos eran pieza fundamental de las casas, en todas ellas había un pozo para el suministro de tan preciado líquido. Generalmente se situaba el pozo en el patio de la casa, su construcción era muy costosa, sobre todo en algunos terrenos que eran muy rocosos, por eso en algunas ocasiones se hacía el pozo en la linde de dos o tres casas, siendo un pozo de medianería que sufragaban su construcción entre los medianeros.

Poceros poniendo un barreno para seguir profundizando en un pozo (foto Hermanos Reales)

Los poceros (profesión hoy desaparecida) eran  profesionales que se dedicaban a hacer los pozos, utilizando el pico y la pala y su esfuerzo, pues no poco esfuerzo había que hacer, para ir profundizando en las entrañas de la tierra, que en ocasiones era tan dura, que solían decir “hemos dado en risco”, y entonces había que recurrir a barrenos, que era colocar explosivos en la roca, para remover el terreno, sacando, espuerta a espuerta, hasta la superficie la tierra removida.

El diámetro de los pozos solía ser sobre metro y medio, lo suficientemente ancho para permitir a un par de poceros moverse para picar y sacar las espuertas de tierra picada a la superficie. La profundidad de los pozos era variable, según la parte del pueblo donde se situaban, en las cercanías de la iglesia el agua estaba más somera y enseguida  brotaba, mientras en la parte alta del pueblo, estaba más honda y había que profundizar más de 20 o 30  metros para dar con algún “venero”.

Los pozos con sus brocales y su entorno en los patios, eran escenarios propicios para hacer bonitas fotografías (foto Hermanos Reales)
Pozo en la casa “Villa María” en la calle del Rosario, junto a las vías del tren, donde estaba el paso a nivel. De este pozo sacaban el agua con una alta molineta que giraba el viento. (foto Hermanos Reales)

Cuando los pozos ya tenían cierta profundidad, los poceros subían y bajaban con gran facilidad, apoyando sus pies en las “poyatas”, hendiduras que iban dejando en las paredes para este fin. Cuando ponían barrenos, los colocaban en la profundidad del pozo y prendían la mecha y mientras esta ardía, ellos tenían que salir del pozo a toda prisa para que no les pillara dentro la explosión. Eran trabajos, costosos, duros y peligrosos, que requerían de fuerza y maña.

El pozo solía hacerse antes que la casa, para disponer de agua, durante todas las obras de la construcción de la casa.

El día que se lavaba la ropa había que sacar gran cantidad de cubos de agua que requería un gran esfuerzo y solía tocarle a las más jóvenes de la casa (foto Hermanos Reales)

En ocasiones, pasado el tiempo, algunos pozos se secaban, se quedaban sin agua, y de nuevo los poceros ahondaban más en ellos y les daban agua.

Lo último que se hacía en los pozos era colocarles el brocal, que es la parte superior de un pozo que sobresale del suelo, que tenía como fin evitar que alguien cayera dentro del pozo.

El brocal del pozo se hacía más o menos funcional, según el gusto y el dinero del dueño de la casa, habiendo brocales muy rudimentarios y otros de gran belleza para ornato del patio y de la casa.

Socuéllamos, para envidia de otros pueblos del entorno, todos sus pozos tenían agua dulce y bebible, mientras en otros pueblos cercanos el agua era salobre, no acta para el consumo humano.

Antonio Reales Parra. Cronista Gráfico de la Villa de Socuéllamos

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