MI CRISTO DE LA VEGA.
Cristo, Cristo valiente
que siendo el hijo de Dios
te convertiste en hombre
para sentir como la gente.
Cuando predicabas,
hilos de plata,
salidos de tu garganta
en parábolas hablaban.
Tus dedos de hombre posaron
en males sin curación,
manos de nácar sanaron
demostrando su amor.
La justicia y amor se fustiga
al que la defiende con pasión,
tú por ser único y verdadero
te clavaron en un madero.
La madera donde sufrías,
si llega a saber que Cristo eras,
se habría hecho polvo en el suelo,
para así aliviar tus penas.
El Cristo de mi iglesia,
de mi Iglesia de la Asunción,
también está crucificado
con ojos de redención.
Sus ojos al cielo hablan,
le piden a su Padre perdón,
perdón por los que le odian,
por los vacíos de corazón.
Perdón para los pecadores,
perdón, para los que lo ultrajaron,
perdón para los que lo mataron
perdón, para todos, perdón.
Amapolas de sangre,
brotan de sus manos,
de su costado un clavel rojo
desgarra su carne.
Sus pies unidos por clavos,
lloran agarrados,
no saben por qué sufren
a nadie han maltratado.
Esculpido en oro
su rostro, callado lamento,
surcos de amargura,
profundo sufrimiento.
No pretendo ser poeta
pues sólo te quiero honrar
a ti, mi Cristo de la Vega,
que con nosotros siempre estás.
A mis compañer@s de Cáritas, que con su entrega callada, su tiempo generoso
y su corazón abierto, hacen presente cada día el amor del Cristo de la Vega entre los
que más lo necesitan.
Esta poesía es para ellos, como un pequeño gesto de gratitud por tanto que dan.
Porque en cada acción suya, Cristo también se hace palabra, pan y consuelo.
Gracias, de corazón.
Juan Izquierdo Delgado.