SAN VICENTE FERRER. Estudio sobre las imágenes del retablo de la Iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción.

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Retomamos el análisis hagioiconográfico que viene haciendo Benito Cantero Ruiz sobre las imágenes del retablo de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Esta vez el turno es de San Vicente Ferrer.

Vicente Ferrer[1] nació el 23 de enero de 1350 en Palamós (difieren las fuentes si Palamós de Valencia, es lo más probable, o de Gerona) y falleció en Vannes, Francia, el 5 de abril de 1419, día de su festividad.

            Según cuenta la tradición, su madre supo ya desde que lo llevaba en el vientre que su hijo llegaría de ser un insigne predicador, pues el niño emitía desde el interior sonidos muy parecidos a los ladridos de los perros. Y así fue, al cumplir los dieciocho años tomó el hábito de la Orden de Predicadores, donde alcanzó una fama de predicador apasionado y exaltado pues recorrería buena parte de Europa predicando el Evangelio y anunciado la inminente llegada del Juicio Final. Aquellos años fueron la “médula” de lo que los historiadores llamarían crisis de la Baja Edad Media. Sus incendiarios sermones y el contexto de crisis generalizada, en la que se encontraba Europa después de la gran peste de l348, empujaron a muchos judíos a la conversión para evitar las persecuciones[2] a que eran sometidos. Se cuenta que, en 1405, San Vicente Ferrer excitó a las masas desde Santiago del Arrabal en Toledo provocando el asalto de la Sinagoga Mayor y su conversión al culto cristiano como Santa María la Blanca.

            Fue un hombre muy interesado en  política en la que llegó a participar activamente. Defendió la sede apostólica de Aviñón, donde se había trasladado la sede papal en 1309, en la persona de Clemente VII, y luego fue llamado por su sucesor, Benedicto XIII, el papa Luna. También fue uno de los tres compromisarios que envió el reino de Valencia a Caspe en 1412 para elegir al sucesor de Martín el Humano, al no quedar ningún descendiente vivo a la muerte de este. El voto de S. Vicente contribuyó a la elección de Fernando I de Antequera como nuevo rey de la Corona de Aragón; así se instauraba, al igual que en Castilla, la dinastía Trastámara.

            En la vida del santo también encontramos numerosos hechos maravillosos. Especialmente destacan las curaciones milagrosas realizadas tanto en vida como después de muerto, por lo que uno de sus apelativos es el de “Santo Taumaturgo”, misión que le sería conferida por el propio Jesús en una ocasión que estaba enfermo. Jesús le curó con una cariñosa palmadita en la mejilla y le encargó recorrer las tierras de Occidente anunciando que el día del Juicio Final estaba próximo. También tenía el don de la profecía, por ejemplo, un día que paseaba por Valencia, se le acercó un caballero de nombre Ferrando pidiéndole bendición para su sobrino; S. Vicente le encomendó que cuidara de la educación del niño porque “andando el tiempo, llegará a ser Papa y él ha de ser quien glorifique mi nombre”. Así sucedió, el niño era Alfonso de Borja, que llegó al pontificado con el nombre de Calixto III y canonizó a S. Vicente Ferrer en 1455.    

Se le suele representar en edad madura, con amplio cerco monacal[3] que no cierra sobre la frente, ocupada por un pequeño mechón de pelo. En su iconografía destaca su faceta de predicador apocalíptico, rodeado por la filacteria[4] en la que se anuncia la llegada del Juicio y con el dedo índice de la mano derecha levando, señalando al cielo. Otras veces el santo cruza el brazo sobre el pecho señalando dicha filacteria. En su faceta de taumaturgo también hay representaciones como curaciones, resurrecciones, exorcismo y otros milagros.

            Destacamos pues, como atributos, la filacteria con la leyenda Timite dominum et date illi honorem quia venit hora iudici eius[5], que también puede aparecer en un libro abierto ante el espectador, el libro del Apocalipsis (Ap. 14,7). No es nuestro caso, pero en alguna pintura italiana es representado con unas llamaradas de fuego sobre su mano derecha que es una alusión al cuarto ángel encargado de la plaga de fuego (Ap.16, 8-9). Dada su popularidad, en muchas estampas aparece con alas y con las llamas sobre la cabeza. Los ángeles apocalípticos, que a veces le acompañan, simbolizan también el anuncio del Juicio Final. Por último, y menos frecuentes, son los símbolos de las dignidades rechazadas por el santo en vida, mitras episcopales y el capelo cardenalicio.

[1] No debemos confundir a San Vicente Ferrer con otro santo del mismo nombre y que fue martirizado en tiempos de Diocleciano. San Vicente de Huesca.                

[2] Pogromos o ataques violentos contra los judíos, sus hogares, comercios o lugares de culto.

[3] Parte del cuero cabelludo no tonsurado o afeitado

[4] Cinta con inscripciones que aparece en pinturas, tapices, esculturas, escudos de armas, etcétera. En el caso de la imagen que estamos analizando, se encuentra sobre halo que envuelve su cabeza.

[5] “Temed a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su Juicio”

SAN VICENTE FERRER.  Benito Cantero Ruiz. Catedrático de Gª e Historia y Dr. en Antropología.

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